Perspectivas. Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura de la UNERMB
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Perspectivas. Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura.
Año 2 N° 3 Enero/Junio 2014, pp. 139-152
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
ISSN: 2343-6271
El problema en la investigación en historia:
El conocimiento y el método:Un debate en
el marco de las postmodernidad
ACUÑA, MEDINA, Alfonso
Colegio “La Inmaculada” de Maicao, La Guajira - Colombia
majupay1@hotmail.com
La cultura occidental ha elaborado la capacidad de poner al
descubierto libremente sus propias contradicciones. Tal vez
no las resuelva, pero sabe que existen, y lo dice.
Umberto Eco.
Presentación
Toda ciencia encuentra en el debate teórico y metodológico el medio
irrenunciable para congurar y consolidar el estatus como disciplina que
trata de explicar una parte de la realidad que integra el mundo. Es este exa-
men lo que le permite decantar sus armaciones, catalogadas como cientí-
cas. Es por este camino que ella consolida su ocio y es en este cuestiona-
miento como se renueva y consolida su quehacer y es desde allí como ella
cumple su cometido.
Si el cambio es una realidad incuestionable, las ciencias y sus elaboracio-
nes también lo son. La labor del investigador es estar atento a estos cambios
en el devenir, en su quehacer y prepararse para abordarlos
1
. La Historia,
tomada como campo problemático, como objeto de estudio o como acción
1 Es innegable que las circunstancias actuales de desarrollo de las ciencias y del debate episte-
mológico en torno a su problemática teórica y metodológica, se ha visto interpelada por la
postmodernidad.
Recibido: 15/08/2013
Aceptado: 30/10/2013
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de investigación y escritura, atraviesa por los caminos que, lógicamente re-
corren todas las demás ciencias para consolidarse como tal, es inevitable que
esto sea así dado que este ejercicio es lo que le proporciona a la ciencia la
legitimidad y la consistencia que se le demanda para realizar su razón de ser.
En esta dinámica quiero compartir algunos criterios que considero se
derivan de una primera lectura a una parte de los textos recomendados en
el programa de Especialización en Historia Regional que desarrollamos en
la Universidad Popular del Cesar, Valledupar, Colombia (U. P. C) los que
coneso, despiertan todo mi interés. Hago referencia a el debate planteado
por Elena Hernández Sandoica, en su texto “Los Caminos de la Historia”,
páginas 229 a 301, y al que viene desarrollando también Julio Aróstegui en
su libro “La Investigación Histórica: Teoría y Método, páginas 18 a la 54.
Debo aclarar que es el primer intento que hago por escribir en torno a una
temática que para mí es nueva y de la cual solo encuentro los argumentos
que he logrado construir en el programa en el que me encuentro, además,
las líneas aquí recogidas son la expresión de unas primeras lecturas, en un
campo problemático demasiado complejo.
Unos criterios para el debate. El conocimiento historiográ-
co.
Estemos de acuerdo o no con la postmodernidad, ella ha desencadenado
un profundo cuestionamiento a las bases conceptuales sobre las cueles se
han levantado las ciencias en occidente. Desde la Lingüística, y particular-
mente con las elaboraciones de la Semiótica, se han formulado replantea-
mientos conceptuales que buscan un horizonte de explicaciones distintas a
los problemas del conocimiento humano, especialmente, lo que conocemos
como conocimiento cientíco.
La idea ha sido poner en cuestión todo el acervo de producción de co-
nocimiento desarrollado por la cultura occidental que encuentran su fun-
damento en la racionalidad, especícamente, la racionalidad positivista,
cuya propósito central pasa por alcanzar lo que a su juicio se conoce como
conocimiento objetivo. La objetividad del conocimiento, entendida como
el conocimiento cuya veracidad es indiscutible e irrefutable, a tal punto que
supera las consideraciones del sujeto y su ámbito, se propone como el n
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último de toda empresa cientíca, todo saber que aspirara ser considerado
como ciencia debería alcanzar el máximo grado de objetividad en sus plan-
teamientos, tal ha sido la aspiración del paradigma positivista. La verdad
cientíca del positivismo se construye en contra del sujeto.
La pretendida objetividad del conocimiento cientíco es seriamente
cuestionada desde las nuevas interpretaciones elaboradas desde la lingüís-
tica, la Psicolingüística, la hermenéutica y la las principales corrientes -
losócas contemporáneas como la fenomenología (Husserl y Heidegger) y
la losofía Analítica-Lingüística (Russell, Wittgenstein y Popper) orienta-
ciones que reivindican el valor de la subjetividad del conocimiento, bases
conceptuales de la postmodernidad.
La sospecha que despiertan los metarrelatos (Lyotard), a partir de los
cuales se organiza el cuerpo de las ciencias, tradicionalmente consideradas
como tales en occidente, constituye el elemento clave del cuestionamiento
que hoy se le hacen, desde estos y otros referentes, a las racionalidades de las
ciencias positivistas. No existe la pretendida objetividad del conocimiento
cientíco, se arma desde los defensores de la postmodernidad subjetivista.
Esta objetividad del conocimiento constituye otro de los llamados meta-
rrelatos sobre los cuales se levantó el paradigma hipotético deductivo de la
racionalidad positivista.
No hay lugar para hablar de conocimiento sin sujeto, todo conocimien-
to humano, entre ellos el cientíco, está condicionado por los códigos de la
cultura, por el contexto sociocultural e histórico. El conocimiento viene a
ser una elaboración colectiva, culturalmente relativo e históricamente vale-
dero, tal es la visión que recoge el paradigma cualitativo, con cierto sesgo a
los análisis y procedimientos metodológicos inductivos.
Este debate ha permeado todos los campos de reexión y el resto de
actividades humanas que demandan el uso de la inteligencia. La postmo-
dernidad ha penetrado todas las ciencias y ha agenciado una reexión a la
cual no se puede escapar; la Historia no ha sido la excepción.
2
A la luz de
la las nuevas tendencias que hacen presencia desde este nuevo paradigma,
(la subjetividad), el conocimiento histórico viene siendo examinado para
2 Según Hernández Sandoica G. M. Spiegel y Reinhard Koslleck, representan esta tendencia
en el campo problemático de la Historiografía.
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determinar su consistencias tanto teórica como metodológica. Si el conoci-
miento histórico pretende levantarse como conocimiento cientíco, si pre-
tende consolidar su campo de reexión teórico y metodológico en el marco
de las ciencias actuales, debe responder a los retos que hoy se le plantean
desde la postmodernidad. Es decir, no es renunciando a este debate como se
consolida y fortalece un campo donde conuyen diversas interpretaciones
y perspectivas, es colocándose a la altura de la crítica de sus elaboraciones
como un historiador y la historiografía fortalece su ocio, si es el caso, desde
la postmodernidad.
Es en este panorama en que se ubica, creo yo, el debate planteado por
Elena Hernández Sandoica, en su texto “Los Caminos de la Historia”, es
este el debate que propone también Julio Aróstegui en su libro “La Investi-
gación Histórica: Teoría y Método. Además del examen teórico y metodo-
lógico pertinente.
Para el caso de la historiografía contemporánea, se trata también de exa-
minar, a la luz de los nuevos retos que viene afrontando este campo del sa-
ber, otros componentes de la problemática que permitiría la consolidación
del estatus de la disciplina cientíca de la Historia, particularmente, en
lo referente a la conceptualización, o si se quiere, a la categorización en la
organización y estructuración del cuerpo teórico que respaldan a la Historia
como disciplina del conocimiento de las Ciencias Sociales en el marco del
debate planteado desde la subjetividad.
Es innegable el aporte elaborado por la Historia con base en la raciona-
lidad positivista. Hasta bien entrado el siglo XX había sido el paradigma
que predominó en todos los escenarios de las distintas ciencias modernas.
Tomar distancia de esta racionalidad ha de ser un ejercicio de enorme valor
para adentrarnos a la búsqueda de nuevos referentes que aporten a enri-
quecer un debate epistemológico necesario, especialmente, para las ciencias
sociales, particularmente para la Historia.
Hoy es inevitable adentrarse en este debate como requerimiento para
avanzar en las elaboraciones conceptuales de la Historia, en procura de con-
solidar sus argumentos como disciplina del saber. Esto es, si la Historia bus-
ca consolidar su marco teórico y disciplinar, vale decir, si pretende delimitar
su problema y método, profundizar en sus argumentos para sustentar sus
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armaciones y explicaciones, si tiene como necesidad establecer un sistema
categorial para sus escritos y, si además, requiere delimitar sectores que les
son anes, no tiene otra alternativa que participar del debate en cuestión. A
estas alturas es pertinente también profundizar en la discusión en torno las
posibilidades de enseñar la formación de los historiadores.
En el marco de la reexión parece necesaria la pregunta por la validez y
pertinencia de insistir en la supuesta objetividad del conocimiento, susten-
tado desde el paradigma hipotético deductivo tradicional, en el que “todo
hecho particular quedará “explicado” en cuanto quede cubierto por una
ley de carácter universal”
3
, en el requerimiento que una ciencia, para que
acceda al estatus de tal, deba elaborar un cuerpo de categorías propias que
le garanticen su identidad y le permitan construir su cuerpo teórico. Esta
pregunta adquiere más relevancia hoy cuando se hace necesario contar con
las ciencias auxiliares de la historia, en un panorama en el que se impone
la interdisciplinariedad y transdisciplinariedad. O insistir en que, para que
un saber tenga el carácter de ciencia primero debe delimitar un objeto y un
método particular. Esto por cuanto a lo que asistimos hoy es a un cuestiona-
miento de estos prerrequisitos que han sido esquemáticamente establecidos
por el positivismo. La pregunta se me ocurre porque considero que a estas
alturas del desarrollo historiográco este debate debería estar en otro lugar.
Componentes que alimentan este necesario debate son las preguntas
que se formula Elena Hernández Sandoica, en su texto “Los Caminos de
la Historia”, en las que deja entrever cierto tinte de escepticismo frente a
las nuevas corrientes que vienen ganando espacios en los escenarios de las
ciencias contemporánea, en especial, en la Historia: “¿Solo la retórica es
pues, llegados a este punto del viaje, lo que nos queda en la supercie? ¿se-
guirá por mucho tiempo el descentramiento del sujeto humano- tanto más
del sujeto social- a favor de la representación y los signicados, entendidos
como “culturalmente construidos”?, ¿No hay, entonces, una realidad “ob-
jetiva” de la que podamos hablar, sino solo descripciones de esta, tamices,
lecturas particulares, percepciones y recepciones, miradas nada más ..?
Todo racionalismo cientíco queda ciertamente, por esta vía extrema,
puesta en cuestión”.(Hernández, 1995:336). A este respecto quiero traer al
3 Hernández S. Elena, p. 242 del capítulo 4.
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debate las armaciones de Umberto Eco en torno a la irrenunciabilidad del
cuestionamiento a sus elaboraciones conceptuales, como uno de los méritos
de la cultura occidental.
Un elemento signicativo para avanzar en el debate en cuestión tiene
que ver con la así considerada “realidad objetiva”. A este respecto surgen
diversas preguntas cuyo abordaje presupone el posicionamiento en un de-
terminado referente teórico. En efecto, ¿qué es la realidad?, ¿cómo es ella?
Además, ¿qué es la verdad?, ¿cómo se construye? La(s) respuesta(s) a estas
preguntas convocan inevitablemente la mirada al sentido como se abordan
las problemáticas desde los dos paradigmas que hoy hacen presencia en el
campo de la investigación cientíca: el cuantitativo y el cualitativo.
Con base en el modelo cuantitativo de la racionalidad técnico-instru-
mental, la realidad es una y por tanto hay una explicación y una verdad, la
misión de las ciencias es descubrirla (¿estuvo cubierta?) para lo cual basta
con la aplicación del método apropiado. La realidad y la verdad son externas
al sujeto, son ajenas al sujeto, hay que cuidarse de “contaminar” de sujeto las
verdades cientícamente descubiertas. Desde esta racionalidad se levantó
también la idea de la neutralidad del investigador. Hoy se viene discutiendo
la validez de estos presupuestos, especialmente, si se trata de las Ciencias
Sociales, en particular de la Historia.
Desde el paradigma cualitativo la realidad es una construcción social y
las verdades son múltiples. Lo que el hombre ha nombrado como realidad
es una construcción social mediada por el lenguaje. Esta construcción co-
lectiva es conocida también como Imaginario Colectivo, Universo Simbóli-
co o Representaciones Colectivas.
No existe una explicación única y absoluta de la realidad, las verdades
son relativas a los elementos culturales que la integran, las verdades no son
descubiertas sino construidas desde los códigos de la cultura mediados por
el lenguaje En cuanto constructor de simbologías por medio del lenguaje,
el hombre es capaz de construir la realidad; su realidad, válida solo para un
momento histórico y su cultura. No es que en Geografía el hombre “cons-
truye” la tierra, para ilustrar con ejemplo; es ¿qué es la tierra para un Wayuu
y en consecuencia como la piensa y la utiliza y qué es la tierra para los seño-
res que explotan los carbones de esta tierra y para que la utiliza? ¿Con cuál
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de las ideas en cuestión coincide la ciencia moderna? Esta parte del debate
no se puede soslayar. ¿No es eso lo que plantea Armando Martínez
4
cuando
arma que la noción de tiempo es una construcción del hombre y que,
siguiendo a Heidegger, la noción vulgar de tiempo que ha predominado en
la cultura occidental es un obstáculo epistemológico para el desarrollo de la
ciencia y la historiográca?
Quienes se encuentran posicionados en este horizonte consideran que
lo objetivo viene a ser lo universalmente subjetivo (sentenció Gramsci, si
la memoria no me falla.) se habla de Objetivación (Berger y Luckman) en
vez de objetividad. Para estos dos sociólogos la realidad es una construcción
social, gracias al interjuego de tres procesos simultáneos: la Interiorización,
la Externalización y la Objetivación.
¿Qué retos le demanda a la Historia esta visión de la realidad?, ¿estarán
los historiadores interesados en ahondar en esta perspectiva investigativa
que viene ganando terreno en el campo de otras Ciencias Sociales?, ¿qué
argumentos esbozan a favor o en contra?, ¿resisten los argumentos historio-
grácos el análisis desde la postmodernidad? Estas, entre otras preguntas,
son claves para el abordaje de la problemática en torno al conocimiento de
la Historia en tiempos actuales.
A estas alturas del debate epistemológico respecto del conocimiento
construido por la Historia, uno tendría que preguntarse por la pertinencia
de colocar la objetividad en el centro del problema, a la manera como la han
planteado las ciencias naturales. O la división entre ciencias duras versus
ciencias blandas, o la creencia de que primero se descubren los hechos y
después se construye la ciencia ¿no será más bien que el objeto se construye
y reconstruye permanentemente en la medida que se profundiza en el cono-
cimiento?, ¿es lo mismo pensar la Historia hoy que pensarla en los tiempos
de Herodoto? Por lo demás, ¿no será este otro falso problema que le resta
energías y tiempo a la profundización a otros componentes disciplinares
más pertinentes y prioritarios?
Pero insisto, un componente de cardinal importancia en las pretensio-
4 Me reero al texto “Apuntes de teoría de la historia”, sustentado por este investigador de la
historiografía, en el marco del programa de Especialización en Historia Regional que veni-
mos desarrollando.
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nes de consolidación disciplinar de la Historia como ciencia, tiene que ver
con la elaboración y explicitación de un cuerpo de categorías o conceptos,
no necesariamente exclusivas y excluyentes, para expresar sus elaboraciones.
Este avance constituye un indicador, entre otros, de los niveles de profundi-
dad y complejidad de la disciplina investigativa. Simultáneamente “la apa-
rición de nuevas formas de teorización del conocimiento de la historia, la
aparición de progresos metodológicos generales o parciales o, lo que resulta
más inmediato, la exploración de nuevos campos o sectores o, en último
caso, la aplicación de nuevas técnicas, es lo que habrá de dar lugar a un
cambio en el vocabulario aceptado” (Aróstegui, 1995) Es en este escenario
en el que se podría ubicar los aportes en curso desde la postmodernidad.
En la coyuntura actual, con la irrupción de nuevos horizontes introdu-
cidos por las elaboraciones de lo que se conoce como postmodernidad, la
Historia, en tanto disciplina de un saber debe salir enriquecida con nuevos
elementos conceptuales y categoriales que apuntalen su desarrollo como
campo del conocimiento social. De no ser así, no tendría sentido el aborda-
je de esta problemática desde esta disciplina. A este respecto puntualiza el
mismo Aróstegui (1995) “La vitalidad de una disciplina se muestra, entre
otras cosas, en su capacidad para crear un lenguaje, como hemos dicho. Hay
que hacer, por tanto, la propuesta teórica-metodológica de que los esfuerzos
por la formalización real de una disciplina historiográca no olviden nunca
la relación estrecha entre las conceptualizaciones claras y operativas y los
términos especícos en que se expresan”.
Vale decir, los esfuerzos legítimos por la consolidación teórica y me-
todológica de la Historiografía contemporánea, debe acompañarse de un
cuerpo de categorías que le permita la elaboración conceptual de sus deni-
ciones y su ecaz comunicabilidad. Esto exige adentrarnos en el debate de
la Lingüística para recoger de ella lo requerido en este propósito, en modo
alguno se tratará de pretender hacer de los historiadores unos teóricos de
este campo,(la Semiótica) se trata solo de recoger los potenciales aportes de
este campo a la Historia, como Ciencia Social, ¿no viene armando la Se-
miótica que el hombre es tal por su capacidad de construcción de símbolos
por medio del lenguaje? Si esto es así ¿qué repercusiones tendría para el pre-
sente y futuro de la Historiografía?, ¿Con que argumentos se podrían negar
tales armaciones?, ¿no es desde la Semiótica que se le dio un impulso a las
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posibilidades del conocimiento historiográco cuando esta ciencia amplió
el concepto de texto?.
El problema del Método en Historiografía
Hablar de la problemática del método cientíco nos remite obligato-
riamente al racionalismo cartesiano como la piedra angular que sustentó el
discurso metodológico de la cienticidad hasta bien entrado el siglo XX. El
método cartesiano posibilitó el logro de las ciencias naturales, especialmen-
te en los campos de la Física, a Bioquímica, para solo mencionar dos casos,
pero también permitió que el hombre llegara a la luna y los otros avances
que en la actualidad conocemos de los viajes al espacio exterior.
No obstante, uno tendría que preguntarse porqué estos niveles de lo-
gros no se han alcanzado en las Ciencias Sociales. Es decir, ¿por qué las
denominadas Ciencias Sociales no han alcanzado ese nivel de desarrollo,
a pesar que muchos investigadores sociales han aplicado dichas nociones
metodológicas en sus trabajos?, ¿no será tiempo de mirar otras posibilidades
de desarrollo metodológico, distintos al racionalismo cartesiano para imple-
mentar en las Ciencias Sociales, y particularmente en la Historia?, ¿por qué
seguir cargando ese lastre de ser consideradas, desde esta racionalidad, como
ciencias blandas”?, ¿por qué muchos investigadores del campo reproducen
este señalamiento?.
No cabe duda que toda ciencia debe denir meridianamente un qué y
un cómo? Es decir, toda ciencia debe delimitar al menos su Qué estudiar y
las maneras para poder arrancar. El cuerpo de categorías es la resultante de
sus elaboraciones y de su nivel de desarrollo conceptual, teórico y metodo-
lógico. Pero ¿por qué insistir en el mismo planteamiento cartesiano?, ¿por
qué no poner en cuestión este planteamiento y mirar otras posibilidades?
Creo que es aquí donde los planteamientos de la postmodernidad y de la
subjetividad encuentran terreno abonado para su desarrollo en el campo de
la Historia. En efecto, si hay que reconocerle a la postmodernidad algún
mérito, es haber puesto en cuestión los planteamientos teóricos y metodo-
lógicos de la modernidad, levantados, en gran parte y especialmente, sobre
el racionalismo losóco y metodológico cartesiano. No olvidemos que este
es un mérito de la cultura occidental, al decir de Umberto Eco, pero cues-
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tionar los fundamentos racionales de la postmodernidad hace parte de la
misma dinámica intelectual.
La búsqueda de nuevos horizontes metodológicos para la Historia no
signica, en modo alguno, renunciar al rigor y la consistencia que demanda
una empresa que se proponga la elaboración de un conocimiento cientíco.
Buscar acciones distintas a la metodología tradicional no signica un llama-
do a la mediocridad en los conocimientos elaborados. Si el método puesto
en juego no resiste los rigores de la crítica en el debate cientíco de interlo-
cutores válidos, no veo nada que hacer, aparte de desecharlo como conoci-
miento socialmente valedero. La subjetividad no la entiendo como ausencia
de rigor y consistencia conceptual. La subjetividad la entiendo como la im-
posibilidad de producir conocimientos, en el campo de las ciencias sociales,
por encima de las consideraciones de lo humano, de su cultura, de su de su
universo simbólico. Creo será una empresa al vació insistir en la objetividad,
en los términos que lo planteó el método cartesiano y que lo desarrolló, con
grandes logros, la cultura occidental en las ciencias naturales.
El debate hoy parece que ha introducido otro componente. La expli-
cación y la comprensión han sido siempre procedimientos clásicos para el
abordaje de la investigación en las ciencias, no obstante, en la coyuntura ac-
tual es legítimo y valedero realizar otros ejercicios intelectuales que aportan
al desarrollo y la consolidación de este componente, dado que son necesario
tener en cuenta por el historiador. En efecto, “Weber habló de una expli-
cación comprensiva”(Hernández, 1995:242) y “Piaget presenta en cambio
la versión más amplia y extensible de este esfuerzo sincrético porque, en su
propuesta, todas las ciencias pretenden, de un modo u otro y la vez, tanto
comprender como explicar, siendo inseparable en la práctica ambos proce-
sos” (Hernández, 1995).
En este sentido, no creo que haya lugar para que un historiador no se
permita, si lo considera necesario, acudir a la descripción o la interpretación,
como ejercicios mentales que podrían ayudar al investigador a consolidar
su cometido, es decir, a comprender y hacerse comprender. No parece sea
tiempo para volver o insistir, menos aún en las Ciencias Sociales, en la pre-
tendida comprobación por vía de la demostración empírica o la vericación
por vía de reproducción sistemática de los acontecimientos investigados.
Miremos el mundo desde la otra orilla.
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Finalmente quiero recuperar una parte del documento de (Aróste-
gui,1995), respecto del problema del método en Historiografía, dado que
recoge algo de las expectativas que tengo a propósito de esta temática. Así
pues, “El método se construye siempre de manera muy ligada a los objetivos
pretendidos por el conocimiento… Método de una determinada forma de
conocimiento será, pues, el conjunto de prescripciones y decisiones que
una disciplina emplea para garantizar, en la medida que alcance, un cono-
cimiento adecuado. .. prescripciones porque un método es un conjunto de
operaciones que están reguladas, que no son arbitrarias sino que tienen
un orden y una obligatoriedad… decisiones porque un método no es un
sistema cerrado ni mucho menos, sino que dentro de su orden de operacio-
nes el sujeto que lo emplea debe decidir muchas veces por sí mismo”….
El método es el sujeto, sentencian los defensores de la subjetividad, para
signicar el hecho que el método no está por encima de las consideraciones
de lo humano, que no puede ser una camisa de fuerza, que solo es un me-
dio, un cómo y no un n en sí mismo, que podemos modicarlo cuando
sea necesario, a juicio de las necesidades del investigador. Haber centrado el
debate epistemológico en el problema del método, ha sido, por lo observa-
do, otro obstáculo que ha ahuyentado a muchos investigadores-iniciados a
proseguir en esta labor. Parte de esta denuncia es el interés de ciertos tutores
y facultades de clasicar primero la investigación para luego realizarla. ¿Así
se hace ciencia?
El método por sí solo no garantiza los logros de una investigación. En
consecuencia, hay que poner en cuestión la existencia de un método univer-
salmente valido para las distintas disciplinas del conocimiento Es una de-
cisión del sujeto la elección de los procedimientos que considere necesario
para indagar lo que ha denido para estudiar o problematizar, para explicar
racionalmente. Lo que si debe tener todo procedimiento elegido es el debi-
do rigor, la consistencia y la coherencia que garanticen un acercamiento lo
más profundo a lo que se propone estudiar y explicar.
Perspectivas
“La lectura de los signos se ha convertido, así, en el gran desafío para
el historiador del presente” arma Hernández Sandoica en documento ya
referenciado. No obstante, el abordaje de este desafío no puede llevar al his-
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toriador a desdibujarse en el campo de la Semiótica, por ello me parece per-
tinente recuperar su observación, por lo demás legitima, en el sentido que
Aceptar una concepción del lenguaje basada en la semiótica no nos obliga
a abandonar nuestro esfuerzo por enriquecer nuestra comprensión del pa-
sado como algo más que un conjunto de estrategias discursivas,” (Hernán-
dez,1995). Si, desde la Lingüística, la Semiótica o la Hermenéutica se in-
augura un horizonte distinto para la investigación historiográca, parecería
también una legitima decisión de aquellos historiadores que encuentran en
este referentes los argumentos válidos para desarrollar su ocio, no habría
porque satanizarlo.
Será la puesta en cuestión de los parámetros en juego el procedimiento
que ofrezca una salida pertinente a la diferencia. Abordar con argumentos
sólidos y consistentes, para apoyarse o para rechazarlos, si es el caso, los re-
tos que le propone la postmodernidad han de ser la actitud esperada por la
comunidad de historiadores.
Simultáneamente con lo anterior, los historiadores no podrían renunciar
a la necesidad de consolidar su ocio como una ciencia, en el sentido de ela-
borar un conocimiento que explica y da cuenta de un fenómeno-problema.
Es decir, no pueden renunciar a la cienticidad de la Historia, esto es, a
su rigor, consistencia y coherencia. Aquí es necesario colocar en cuestión
también el concepto de cienticidad en Historia, a la luz de la postmoder-
nidad, ¿qué y quienes lo determinan?, ¿con base en que lo determinan?,
¿es válido insistir en los parámetros de la ciencia tradicional?, ¿poner en
cuestión aquellos parámetros y buscar otros?, ¿llenará la postmodernidad
esas expectativas?
Estas preguntas, entre otras, son claves para el abordaje del problema de
la cienticidad en la Historia en la postmodernidad. En ningún caso habrá
lugar para renunciar al rigor y la consistencia teórica y metodológica que
demanda un conocimiento para ser catalogado como ciencia, particular-
mente, Ciencia Social, y especícamente Historia.
Hay también dos aspectos relevantes en el debate en curso. Se trata de
indagar por los procesos de formación de los historiadores y los escenarios
para enseñar la disciplina. En particular por los serios cuestionamientos
de calidad que se le hacen tanto a uno como a lo otro, en especial, en Co-
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lombia. En relación con la formación de los historiadores, parece ser un
lugar común el reconocimiento de las inconsistencias que la caracterizan,
así como la ausencia de preocupación de quienes ejercen el ocio por su
formación y autoformación a los más profundos niveles. Una característica
generalizada en el campo es la debilidad en los procedimientos para formar
a quienes tienen la responsabilidad del ejercicio de problematizar la Histo-
ria, a este respecto puntualiza Aróstegui( 1995:30) “ Quizás deba señalarse
que en el mundo de los propios historiadores ha tardado mucho en mani-
festarse un verdadero espíritu cientíco, más o menos fundamentado”, más
adelante prosigue” La verdad es que la historiografía no ha desterrado nun-
ca enteramente, hasta hoy, la vieja tradición de cronística, de la descripción
narrativa y de la despreocupación metodológica
Un elemento clave en los procesos de formación de los historiadores
tiene que ver con la función que cumplen las instituciones universitarias,
la denición de sus propuestas curriculares y las acciones que desempeñen
otras instituciones que promueven el ejercicio por la investigación histo-
riográca. Desde estos escenarios, pero fundamentalmente desde el debate
con producción escrita, es como se le puede salir al paso a las inconsistencias
teóricas y metodológicas de quienes ejercen el ocio de historiadores. La
Historia no puede reducirse a un simple ejercicio de anecdotario con cierto
sabor a charlatanería.
Frente al problema de la enseñanza de la disciplina, deben tenerse en
cuenta, al menos dos aspectos claves: El dominio del saber disciplinar y
el dominio del saber pedagógico. En efecto, una cosa es el dominio del
saber social e históricamente elaborado, que es una obligación ineludible
de todo profesional del campo y otro muy distinto es el dominio del saber
pedagógico, que lo coloca en posición de desempeñarse competentemente
como enseñante de una disciplina llamada Historia. A este respecto, un
buen profesor no es el que maneja la materia que enseña, como piensa la
investigadora Hernández Sandoica, además necesita el dominio profundo
de otro campo, el de la Pedagogía.
El historiador, si aspira a desempeñarse como enseñante de sus conoci-
mientos, tiene que adentrarse en el dominio de la pedagogía, campo en el
que conuyen otras disciplina como la Psicología, la Sociología, la Psico-
lingüística, para mencionar solo tres. El problema de la Enseñanza de los
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conocimientos, en nuestro caso, del conocimiento elaborado por los histo-
riadores. Este es otro de los retos que deben abordar quienes se pretendan
levantar como enseñantes de lo que producen como investigadores.
Finalmente, la postmodernidad ha puesto en cuestión el ordenamien-
to que había sido construido por la modernidad. Ponerlo en cuestión no
signica acabarlo, solo es someterlo a un examen riguroso para develar sus
inconsistencia y fortalezas y proseguir, como parte de una de las caracterís-
ticas de nuestra cultura. Por tal razón no se debería olvidar la sentencia de
Morín (2001:74) “Si la modernidad se dene como fe incondicional en el
progreso, en la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico, entonces
esta modernidad está muerta.
Referencias
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