Perspectivas. Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura de la UNERMB
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Perspectivas. Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura.
Año 2 N° 4/ Julio-Diciembre 2014, pp. 13-34
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
ISSN: 2343-6271
Recibido: 02/05/2014
Aceptado: 05/06/2014
Reexiones Teóricas del Antiguo Régimen:
Poder y Simbología
CASTRO PIRELA, María de los Ángeles*
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt
marielos737@hotmail.com
Resumen
La presente investigación ofrece una denición y comprensión de la sociedad de an-
tiguo régimen español, en particular de la sociedad española. En lo especico se des-
tacan sus valores, practicas simbólicas y la red de poder que lo sustentaba, así como
la forma en que dicho régimen es trasladado desde la península hacia América, des-
encadenando una cultura política que permite legitimar y signicar simbólicamente
las relaciones, posiciones y poder social que se va a mantener en la colonia y que será
redenido durante la formación de la república en Venezuela.
Palabras clave: Antiguo régimen, Poder, Simbología, Venezuela.
eoretical Reections of the Old Regime : Power and Symbols
Abstract
is research provides a denition and understanding of the Spanish society of old
regime, in particular the Spanish society. ey highlight its values , symbolic practices
and the network of power that supported and how that system is moved from the
peninsula to America, triggering a political culture that legitimizes and symbolically
mean relationships, positions on specic and social power that the colony will keep
and will be redened during the formation of the republic in Venezuela.
Keywords: Old Regime, Power, Symbology, Venezuela.
* Docente, Lcda. Educación Mención Historia, MgS. Historia de Venezuela.
CASTRO PIRELA, María de los Ángeles
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Introducción
La conceptualización del poder y su ejercicio ocupa hoy, desde nuevas
y renovadas perspectivas teórico-metodológicas, la atención de diferentes
cientícos sociales. Historiadores, sociólogos, antropólogos y politólogos,
entre otros, coinciden por una parte, en que la misma es múltiple y comple-
ja; por otra, que esta debe matizarse con otros juicios, otras interpretaciones
y otras valoraciones para apuntar a su denición desde su dimensión social.
Es decir, quiénes lo ejercen y cómo se ejerce.
En particular, se ocupa del ejercicio y funcionamiento del poder en la
sociedad de antiguo régimen. De igual modo, se hace referencia a los sím-
bolos y signos del poder, y al discurso que se expresa en insignias, símbolos,
signos, ceremonias y representaciones, como parte del sistema político y de
la estructura de poder.
El Antiguo Régimen: Del poder su ejercicio y funciona-
miento
Por Antiguo Régimen se conoce el período histórico que vivió Europa
entre 1500 y 1789, en la que valores sociales, códigos simbólicos y relaciones
de poder caracterizan una sociedad jerarquizada y estamental. En opinión
de Berbesí (2002), esta jerarquización sustenta una entramada red de rela-
ciones – redes de poder que entrecruzan y articulan parentescos, alianzas,
clientelas, obediencia, autoridad y liaciones de cualquier tipo con el pro-
pósito de que un grupo social determinado alcance legitimidad política.
Así, esta sociedad asume a sus individuos como un todo, es decir, un
conjunto de diversas interdependencias ya sean amistosas, pacícas, inamis-
tosas y conictivas. De ese modo, los acuerdos y desacuerdos entre familias,
amistades y enemistades pasaban del plano personal a situaciones que en
gran medida inuían y formaban parte de los asuntos de gobierno, como
también de los negocios y convenios.
De ahí, que el sistema de valores que caracteriza a esta sociedad ho-
nor, delidad y lealtad contribuyeron al fortalecimiento de las relaciones
afectivas y simbólicas que unen y separan a los diferentes estamentos que
integran la sociedad. De ese modo, se construye un discurso que se expresa
en insignias, símbolos, signos, ceremonias y representaciones -asegurando
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así la legitimidad del poder regio-. Estos sistemas simbólicos tenían la -
nalidad de instruir al colectivo en lo relativo al orden y subordinación, a la
identicación de quién es quién, y de cómo se podía y se debía actuar en los
diversos círculos sociales (Berbesí, 2000).
Según Chartier (1989, en Berbesí, 2002), hoy se admite que el discurso
en cualquiera de sus formas ha transitado en distintos momentos históricos
produciendo diferentes signicaciones e interpretaciones en quienes lo es-
cuchan y lo leen. De ahí, que su conocimiento permita una comprensión
de lo social y del mundo que nos rodea.
Para Berbesí (2002), el discurso es un instrumento de legitimación y jus-
ticación del poder. Por lo tanto, no debe entenderse como algo uniforme
ya que son sus diversas características “autoridad, prestigio, lealtad, privile-
gio, valores, creencias y representaciones” que como parte de la cultura polí-
tica le dan consistencia, legitimidad y signicaciones propias y diferenciadas
(Garrido, 1993: citado por, Berbesí, 2002).
En este sentido, el discurso debe de inscribirse dentro de la historia so-
cial, centrada no solo en la simbolización de las imágenes sino también en
las prácticas de los actores sociales, con la nalidad de legitimar y signicar
simbólicamente las relaciones, posiciones y poder social. En palabras de
Berbesí (2002: 67):
...el antiguo régimen logró legitimarse mediante un discurso
en el cual prevalecen ideas de tipo “religioso, sagrado, divi-
no, sobrenatural” fundadas en el presupuesto intencional de
la obediencia. De esta manera la ideología...““fórmulas y las
estructuras del discurso mediante las cuales se expresa.””Su
objetivo es justicar una política, defender el régimen político
vigente y exaltar la pertenencia a una comunidad. De alguna
forma simboliza el pacto entre gobernantes y gobernados, ase-
gurando así la legitimidad del poder.
En consecuencia, el discurso en la época monárquica se representa a
través de valores, símbolos, poder, prestigio, lealtad, ceremonias, rituales,
honor, estas, entre otros. Para Norbert (1982, en Berbesí, 2002), la socie-
dad cortesana del ancien régime es una sociedad de orden estamental y de
dependencias recíprocas que unen y separan a los individuos. Por tanto, la
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relación de subordinación, sostén del orden establecido engendra códigos
y comportamientos que denen las posiciones de los individuos en su rela-
ción colectiva.
Son los deberes, compensaciones y atribuciones las que dan consistencia
y perdurabilidad a la estructuración y estamento de la sociedad. De igual for-
ma, los códigos de comportamiento denen también la posición que detenta
cada individuo. Por esta razón, la sociedad cortesana logró concentrar en las
manos de un solo hombre un sinnúmero extraordinario de poder, en una
relación que conlleva derechos y deberes recíprocos que van a responder a la
creciente y hegemónica centralización del poder. De ahí que el poder del rey
fuese considerado limitado, más no absoluto, es limitado por la ley de Dios
de quien el gobernante recibe la potestad, como por las leyes emanadas en el
reino. A raíz de dicha situación, el rey forma parte de una red de dependen-
cias e interdependencias, en la que los individuos van a depender unos de
otros y así sucesivamente (Norbert, 1982: citado por, Berbesí, 2000).
En este sentido, es el discurso el que va a legitimar la relación entre el
soberano y sus súbditos, asimismo es un elemento cohesionador e integra-
dor que involucra la vida social y cultural… Efectivamente, el discurso en el
antiguo régimen se distingue y caracteriza en sermones, homilías, oraciones
fúnebres, imágenes, actos ociales, monedas, medallas, decoraciones urba-
nas, estancias monárquicas, estas, espectáculos, etiquetas entre otros; que
al conjugarse le imprimen exaltación y poder tanto a la gura del rey como
a toda la política real (Nieto, 1993).
Estas formas de discurso envuelven al individuo en un mundo que no
es ni público ni privado. Es decir, en esta sociedad nadie tiene vida privada,
todo el mundo representa un papel público, dentro de ese entramado de
dependencias e interdependencias que dio pie a que las redes de clientela se
hicieran cargo consecutivamente de las funciones públicas y privadas (Ber-
besí, 2000).
A la luz de estas consideraciones, resulta importante aclarar cómo ha ido
evolucionando la conceptualización en torno a lo público y privado. Para
ello se asume las posturas de Berbesí (2002)
1
cuando nos aclara que dentro
1 Al respecto la autora cita los trabajos de Norbert, 1982; Aries, 1992; Soriano, 1996; Hunt,
1992; Garrido, 1996.
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de la transformación de lo público y lo privado existen dos momentos fun-
damentales en la historia que los denen.
Un primer momento, que abarca los siglos XVI y XVII, donde no se
había producido una distinción clara entre lo público y lo privado, razón
ésta que permitió que el uso de los espacios individuales estuviesen marca-
dos por un fuerte comportamiento y racionamiento colectivo comunitario.
De igual forma, los actos comunes de la vida privada se realizaban de forma
pública o estaban entrelazados dentro de la esfera pública, nalmente en
este período el Estado era administrado como un bien familiar.
En el caso del segundo período que va desde el siglo XVII al XVIII, ya
son observables ciertos cambios dentro de ese proceso “público y privado”.
Se inicia una separación y jación de fronteras entre lo público y lo privado,
razón por la cual el espacio privado es separado del espacio público, que-
dando el primero supeditado a la sociedad, a quien se le asigna el dominio
de la esfera privada e individual donde se supone que el Estado no debería
tener poder. Para el caso del espacio público, le será otorgado la denición y
el ordenamiento a la esfera estatal o el Estado, que ya comienza a construirse
como el Estado Moderno.
En efecto, la sociedad de antiguo régimen según Norbert (1982), busca-
rá en todo momento la preservación y conservación del orden político y la
subordinación social. De ahí que la actuación del colectivo girará de acuer-
do a su status, se les otorgará derechos más o menos iguales, pero a ningu-
no se le permitirá prevalecer sobre los otros. Es decir, que como sociedad
estamental y jerarquizada encontramos como cabeza del reino al rey quién
es el que asegura la calma, paz y estabilidad de sus posiciones ultramarinas.
Asimismo, en esta sociedad estamental, los valores son entendidos des-
de el orden social. El honor, la delidad y la lealtad representan valores
sociales que cohesionaban los distintos estamentos de la sociedad de corte
monárquico. De manera que el honor se constituye como el valor social
fundamental, y su reconocimiento era la armación del poder que equivalía
a una posición jerárquica o conducta social íntegra. Para llegar a poseerlo
se requería de la limpieza de sangre, riqueza y valentía. El privilegio de
tenerlo daba derecho a ostentar cargos político-administrativos, funciones
religiosas, ingreso a la educación y demás prerrogativas que aseguraban sta-
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tus, rango y alta posición social (Berbesí, 2000). De ahí, que el honor se
convirtió en el ordenador de la vida de todos los hombres pertenecientes a
esta sociedad jerarquizada y estamental. En tal sentido, la persona que era
privilegiada con este valor era digna del respeto, admiración y aprecio que
se hacía visible para el resto de la sociedad.
Según Maravall 1(982), el honor en la sociedad de ancien régime lo po-
demos ubicar en dos sentidos, uno como discriminador y el otro como
distribuidor de privilegios, comportamientos o reconocimientos. En tal
sentido, la sociedad maneja los valores de acuerdo a su condición social o
jerárquica, posición que otros imitan, legitimando así el status y el poder
establecido. Por tanto, el honor simboliza el premio, por responder a lo que
se está obligado socialmente dentro de la compleja ordenación estamental,
pero es necesario que el mismo sea reconocido públicamente para que sea
legitimado y aceptado. Según Berbesí (2000), la opinión de los demás y de
los otros decide y asegura posiciones de privilegio - “status” y rango social-.
En el contexto de esta sociedad jerarquizada, la exclusión sintetiza un
complejo de valores que se fundamentan en el honor, cuyo valor fundamen-
tal es la calidad. La población era dividida de acuerdo a la calidad que debía
de ser demostrada y legitimada. Y aunque la del blanco era la más valorada
no bastaba solo con poseer el color para tener honor. El llegar a poseerlo
requería, según Pellicer (2009:22):
Además de tener calidad de blancos y ser limpios de sangre,
es decir: no tener sangre de moros, judíos o negros, para tener
honor era necesario ser descendientes de los primeros con-
quistadores y pobladores, tener abolengo, ser noble y ser hijos
legítimos. Todos esos atributos, juntos, acreditaban a los hom-
bres que los poseían para ejercer funciones y tener privilegios
que sólo podía ejercer la gente con honor. Entre éstos estaban:
ocupar cargos en el cabildo, ser ociales de milicias de blan-
cos, estudiar en la universidad, ser sacerdotes, tener hacienda y
esclavos, usar espada, oro, perlas, y que sus mujeres pudieran
usar mantos y alfombras para asistir a las iglesias.
Es importante mencionar que el honor proviene de un planteamiento
ideológico que se remonta a tiempos lejanos. De acuerdo a los argumen-
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tos de Pellicer (2009), este se corresponde a una tripartición funcional de
las sociedades feudales, donde las funciones sociales están divididas entre
quienes tienen honor y los que no lo tienen. A los nobles le corresponde
las funciones eclesiásticas, militares y administrativas. El trabajo agrícola,
artesanal y manual le corresponde a los que no poseen esta virtud. De ahí,
que el honor en la sociedad de antiguo régimen actúa como fundamento
ideológico sobre los dominados y sobre los dominadores, haciéndolos acep-
tar como normal el lugar que cada grupo étnico ocupa, según las relaciones
de subordinación y dominio (Pellicer, 2009).
En relación a la lealtad y la delidad, ambos valores eran de suma im-
portancia para esa sociedad de corte antiguo. Según Berbesí (2002), éstos
explican la existencia histórica de una red tejida de vínculos por quienes
tenían el derecho a ejercer y monopolizar el poder. A su vez, se reconocía los
privilegios tanto políticos, económicos o sociales.
En tal sentido, la lealtad demostró ser uno de sus valores más vigentes y
ecaces. De ahí, que el defender los interés económicos, el reconocimiento,
status y poder político resaltan la necesidad de una recíproca lealtad. Ya que
existe una persona divinizada que ha asumido el rol de defender y proteger
a cambio de una obediencia mutua, ser eles y súbditos a la persona del rey.
De este modo, todos los privilegios o intereses son centrados y legitimados
por la gura del rey, que se erige como el representante de Dios en la tierra,
por lo tanto se asume como el protector o defensor del colectivo, con la -
nalidad de recibir obediencia y subordinación. Dicho poder es consentido,
aceptado y legitimado por la sociedad de antiguo régimen. Así, la lógica del
funcionamiento y subordinación social develan signicaciones que conlle-
van a la idea del poder (Elías, 1982: citado por, Berbesí, 2002).
Al respecto, es importante señalar que este trabajo ha tomado algunas pro-
puestas teóricas sobre el poder y su ejercicio, con el n de determinar el hilo
conductor de esta investigación, más sin embargo se especica que no se estu-
diara y analizara ampliamente las múltiples y complejas teorías sobre el poder,
sino el funcionamiento de dicho poder a través de las redes de relaciones en la
sociedad monárquica y su paso a la modernidad política en Venezuela.
El poder ha sido considerado en amplios sectores del mundo académico
como un fenómeno de la dominación, ya sea individual o masiva de un
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individuo sobre otros; de un grupo o clase social sobre los otros. A pesar de
esto, es importante tener presente que la actual valoración teórico-metodo-
lógica de las ciencias sociales en general, y de la historia en particular, ha
aportado otros signicados.
En esta dirección apuntan las reexiones que al respecto plantea Fou-
cault (1992), y que esta investigación considera conveniente destacar. Para
el autor el problema del poder se plantea siempre en los mismos términos:
un poder esencialmente negativo que supone por una parte un soberano
cuyo papel es el de prohibir, y por otra, un sujeto que debe de algún modo
decir sí a esta prohibición. De ese modo, es importante resaltar que si el
poder hubiese sido percibido única y exclusivamente desde el ámbito de
la represión y la prohibición ¿creen que las sociedades a través del tiempo
hubiesen tolerado por siempre esa situación?
La única fórmula de poder (la prohibición) ha sido implementada en
todas las sociedades y bajo distintas formas de sometimiento. De ahí, que
partiendo de una denición negativa del poder se llega a una doble subjeti-
vación, por un lado el poder que se ejerce, es decir, el sujeto absoluto, real
o jurídico que homogeniza la prohibición. Y por otro, el poder que se sufre
que de igual forma se subjetiva, ya que tiende a determinar el momento en
que se dice sí o no al poder.
Así, el poder no está localizado aquí ni allí sino que transita entre los in-
dividuos, y funciona a través de una organización reticular, y en sus redes cir-
culan los individuos ya sea en situación de ejercer o sufrir ese mismo poder:
En esta perspectiva, los efectos del poder son variados y se sig-
nican de diversas maneras. Así, un cuerpo, unos gestos, unos
discursos, unos deseos, aunque sean identicados y constitui-
dos individualmente, son en sí mismos uno de los primeros
efectos del poder (Foucault, 1992:144).
Desde la perspectiva de Foucault (1992), el poder no puede ser conside-
rado meramente como una fuerza o autoridad de índole negativo, sino que
éste se encuentra inmerso en la sociedad produciendo saber, placeres y dis-
cusiones. En consecuencia, se entiende como una red que atraviesa y circula
entre los individuos. Es decir, que se ubica en cada una de las acciones ma-
teriales y simbólicas que éstos construye en su condición de seres sociales.
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Desde estas consideraciones, podemos armar que el poder se dene en
y por una relación determinada entre los que ejercen y los que lo sufren. De
ahí, que su práctica se hace inconsciente al agente que la ejecuta o se vea
inuenciado por él. Asimismo, el ejercicio del poder es señal de prestigio y
reeja relaciones de superioridad y de inferioridad…“la posición social que
da acceso al poder solamente puede convertirse en base de la estraticación
y si este es permanente y está institucionalizado” (Silva, 1998:404).
Es importante resaltar que el objetivo del poder en todo momento es
la búsqueda y alcance de su legitimación, y utilizará como medios o recur-
sos la ideología, la creación de imágenes, el uso de las creencias, símbolos,
implementación del ritual, la ceremonia y religión. Sin embargo, muchas
veces es la tradición y costumbres ya heredadas del pasado lo que ratica
su legitimidad. Para Silva (1998:405), la función que debe tener el poder
es: “…el de coordinar la acción social y proteger a la sociedad de sus pro-
pias fuerzas de dispersión mantenerla cohesionada y organizada, evitar la
anarquía, promover y condicionar las adopciones que no contravengan los
principios fundamentales de convivencia”. El poder se hace necesario para
el desarrollo y organización de las sociedades. Pero el desarrollo del mismo
debe de tener ciertos límites que propondrán los mismos integrantes de esa
colectividad, con la nalidad de crear en conjunto un sistema de reciproci-
dad que asegure los derechos, obligaciones, responsabilidades y valores de
ambos bandos entre gobernantes y gobernados.
Por su parte, Imízcoz (1996) entiende el poder como una capacidad de
acción pues extiende el disfrute de los recursos que se poseen al colectivo
social según su estatuto. Es así, que no sea solo imposición, autoridad, es
también intercambio, mediación, acomodación, resistencia u opinión. De
esta manera, en cada una de las acciones que las sociedades signican y
construyen se establecen relaciones de poder, ejemplos claros los observa-
mos entre los docentes y sus estudiantes, entre un monarca y sus vasallos o
la iglesia y la sociedad; en todos ellos vemos una relación en la que interac-
túan, negocian y aceptan formas de poder que no necesariamente emanan
de esos dirigentes o personas, sino que de forma inherente el poder busca
estar inmerso dentro de las sociedades.
Al respecto Heras (1964: citado por, Berbesí, 2002), señala que el poder
desde el punto de vista social, se encuentra íntimamente ligado a la noción
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de autoridad, debe entenderse como una relación y no como un atributo de
las personas, de ahí, que es reconocido como legítimo al ser aceptado por
los demás y su ecacia es proporcional al prestigio, a la jerarquía y estima
social adquirida u obtenida.
En el antiguo régimen las relaciones de dominación, dependencia y sub-
ordinación sobre las cuales se establece el poder, se constituyen legítima-
mente en el derecho y en la antigüedad del linaje. Los individuos siempre se
relacionan unos a otros y en esas relaciones, se dependen mutuamente, por
tanto, siempre se suscita una jerarquía de poderes con base en los recursos
de que se dispone (Berbesí, 2002). Es decir, que en la sociedad de corte
antiguo la procedencia, ascendencia y estatus de las familias, les permitía al
colectivo tener mayor ventaja y poder de aceptación dentro de los círculos
sociales.
Resulta evidente que el esquema de relaciones y de dependencias recí-
procas, que une y separa a individuos y colectivos sociales ratica y legitima
la autoridad y el poder que ejercían diversos grupos privilegiados, vincula-
dos unos a otros en una amplia y fuerte red de lazos de amistad, negocios y
familias con sus naturales relaciones de dependencia y subordinación. A este
respecto Berbesí, sostiene que:
Las redes de sociabilidad, en las que se interactúa en el marco
de normas, códigos y valores propios del Antiguo Régimen,
legitiman y conrman unas relaciones de poder construidas en
la devoción, la lealtad, la delidad, el orden y la subordinación
al poder regio. Por tanto, develan una forma de representación
de la autoridad y el poder; a su vez, signican una realidad
representativa de una sociedad (2002: 62).
Asimismo, entender el poder en el antiguo régimen, signica tomar en
cuenta toda una realidad política – institucional del rey y del reino, pero
de distinta forma, develando quién toma las decisiones y en que niveles de
la organización política se toman. El poder soberano reconoce en el rey la
potestad para dirigir, derogar o enmendar las leyes; mientras que los súbdi-
tos ejercen el poder legal y ejecutivo mediante los mecanismos del aparato
administrativo representado en las diversas instancias que conforman el go-
bierno (Ares, 1993: citado por, Berbesí, 2002).
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En tal sentido, el rey es un defensor, juez y ejecutor de la justicia, de ahí
que el correcto ejercicio de su función será de donde nazca el buen funcio-
namiento del Reino. Con ello se contribuye a elevar la responsabilidad del
monarca con respecto al bienestar del reino, pues el vicariato, como conse-
cuencia de su dimensión judicial, impone al monarca la obligatoriedad de
la rendición de cuentas ante Dios que es al que está representando (Nieto,
1988).
Es pues, la gura del rey el elemento cohesionador del régimen monár-
quico y su legitimidad abarca el plano social, cultural, económico y sobre
todo político. De acuerdo con Berbesí (2002), el rey es el jefe natural, la
autoridad destinada a realizar los nes religiosos, naturales y jurídicos en-
comendados por la naturaleza divina. La relación rey-reino se expresa en
solemnes promesas, convenios y pactos entre sí. La relación de poder que
caracteriza a dicha sociedad, se encuentra representada en el rey - soberano
que ejerce dominio sobre los individuos. Asimismo, el poder es entendido
en un entramado de redes que involucra a los colectivos sociales. Poder que
circula sobre la base de unas relaciones de dominación vistas y aceptadas por
los demás como algo normal y que se encuentra justicado por el derecho
divino o sagrado (Foucault, 1992).
En la sociedad jerarquizada de antiguo régimen el sentido relacional del
espacio, del orden y de la subordinación social se devela en varias dimen-
siones como una compleja articulación del Estado, lo que permite captar el
poder y sus articulaciones en redes sociales, concretadas en vínculos inter-
personales. De ese modo, se reconstruye el funcionamiento y socialización
del poder en el entramado social que subyace en relaciones consanguíneas,
clientelares y amistosas que legitiman el ejercicio del mismo. En consecuen-
cia, se acepta que estas relaciones de amplia trascendencia develan una ma-
nera de simbolizar o producir relaciones de poder entre individuos o grupos
que signican compromisos de delidad y lealtad en donde están en juego
a su vez, intereses particulares y monárquicos. De esta manera, las funciones
públicas se hallaban denidas por el estatus, el origen de las familias y la ri-
queza. De ahí que la supremacía social, económica y política estaba limitada
y legitimada a determinados grupos sociales del momento.
Para Cabrera (2004), el ejercicio del poder se concretizaba en distintas
instancias: real, señorial, eclesiástica, municipal, corporativa… las cuales
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representaban y simbolizaban el entramado social que articulaba intereses
individuales y particulares con los de la monarquía…
De acuerdo a lo planteado, se abordará el poder desde la perspectiva
social ya que en primer término se ejerce dominio sobre los individuos y a
la vez, su ejercicio se efectúa de forma colectiva. Es decir, que el poder se
articula a través de una amplia red donde circulan e involucran todas las
personas como un todo ya sea en situación de ejercer o sufrir ese mismo
poder. En la sociedad de antiguo régimen, la autoridad es jerarquizada y
asumida por el colectivo como algo normal, el poder en ese sentido se busca
legalizarlo utilizando diversos medios como la moral y los valores sociales,
es decir, se trata de darle legitimidad a las autoridades a través del manteni-
miento y conservación de esas creencias, normas y códigos permitiendo con
ello la inclusión y aceptación libre por parte de la sociedad.
Símbolos y Simbología
Según el diccionario de los símbolos (Chevalier, 1991:20), éstos repre-
sentan más que el signo, llevan más allá de la signicación al plano de la in-
terpretación. Están cargados de afectividad y dinamismo. En efecto, no son
simple comunicación de conocimiento, sino convergencia de afectividad.
“Es por ello que los símbolos son el instrumento más ecaz de la compren-
sión interpersonal, intergrupo, internacional, que conduce a su más alta
intensidad y a sus más profundas dimensiones.” El acuerdo sobre los símbo-
los constituye un paso inmenso en la vía de la socialización. Quien penetra
en el sentido de los símbolos de una persona o de un pueblo, conoce en el
fondo a ese individuo y colectivo. Asimismo, los símbolos solo adquieren
signicado e importancia cuando existe la intensión de que todo o parte del
signicado pueda ser entendido por los espectadores.
Hoy se acepta que el ser humano es capaz de representar conscientemen-
te su realidad por medio de símbolos y signos y así, vincular lo tangible y lo
representable, o lo que es lo mismo, establecer una relación entre lo visible
y lo invisible, lo concreto y lo abstracto (Schwarz, 2008). De ese modo, la
principal función de los símbolos es el permitir la entrada a realidades ina-
bordables de otra manera y penetrar a la vez, en la conciencia del hombre
con visiones desconocidas hasta entonces.
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En tal sentido, señala Eliade (1964), el símbolo tiene varias dimensio-
nes, pero a la vez es suciente para signicar lo que buscamos conocer o
entender. Sin embargo, siempre remite a otras signicaciones que develan la
peculiaridad multivalente y simultánea del mismo, logrando así transgurar
la experiencia particular que cada quien tiene con su realidad. Al respecto
Silva (1998), advierte que los símbolos son la clave de la naturaleza humana,
y como lo hemos ya abordado tanto el signo como el símbolo corresponden
a realidades diferentes. En todo caso, opina García
2
que los símbolos son
epífánicos, es decir, van más allá de lo que vemos. Activan la vida social y
están presentes en los diferentes recursos que las sociedades utilizan en su
organización. Todas las actividades, prácticas culturales y religiosas están
inmersas en los sistemas simbólicos.
Efectivamente, desde la capacidad mental de cada quien los dispositivos
simbólicos son los que permiten y reproducen la realidad, la interpretan e
identican, y todo esto se logra a través de los símbolos. Así opina Geertz
(1988),
3
el hombre los encuentra en los contextos culturales y los utiliza
para dar sentido y orientarse en el entorno social respectivo. Es decir, los
símbolos son fuente de información. De ese modo, tanto el símbolo como
el simbolismo permiten de forma indirecta que la conciencia se manieste
al mundo. Es decir, lo que no es tangible, hacen que se represente a la con-
ciencia a través de las imágenes. Así, se acepta de una parte, que el simbo-
lismo es una forma de conocimiento, expresión y comunicación; de otra,
que la actividad simbólica es de orden mental. En consecuencia, el objetivo
del simbolismo es ante todo explicar las ideas y hacerlas conocer (Schwarz,
2008).
Al respecto Pross (1980), arma que el hombre vive no solo en un mun-
do natural sino en un mundo que se encuentra cargado de simbolismo. Por
lo que, desde los sistemas simbólicos podemos conocer y entender el senti-
do e importancia que tienen las personas y las cosas de acuerdo al contexto
donde se encuentren inmersos. En esta consideración los códigos simbóli-
cos, a su vez, son entendidos como representaciones que instruyen acerca de
2 García, Nelly, 2010, “Lo simbólico, los símbolos y la simbolización. Posibles lecturas desde
la antropología I. Seminario dictado en la Facultad Experimental de Ciencias de la Universi-
dad del Zulia, Educación Continua. Marzo/Julio.
3 Idem.
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la posición, el deber y el comportamiento que cada individuo detenta den-
tro de la sociedad. Es decir, cómo se construyen realidades determinadas:
cómo se hace ver y creer, raticar o convertir la visión del mundo, siempre
inherentemente ligada a unas determinadas relaciones de poder, en la que
inexorablemente los individuos dependen unos de otros. Dichas percepcio-
nes o apreciaciones del mundo son interiorizadas automáticamente por el
individuo, desencadenando con ello el proceso que se conoce como natu-
ralización, este proceso según Lander, (2000), es el mecanismo mediante el
cual los patrones de comportamiento de una sociedad especica son asumi-
dos como los únicos posibles, deseables y naturalmente espontáneos dentro
del desarrollo humano. De ahí, que éste crea una concepción que lo que
hace y construye es inherente a su condición social.
Con esta visión generalizada respecto al mundo social, existe la ventaja
de parte de quienes controlan y dirigen el poder, de ejercer más control so-
bre el resto de los colectivos, de modo que al menor intento de resquebrajar
la estructura ya sea política, jurídica, institucional o social establecida; solo
basta con acudir a las visiones ya internalizadas y cultivadas por la sociedad
para desaprobar y desechar lo que se pretenda imponer, legitimando a la vez
lo ya establecido (Bork y col. 2006).
En ese sentido, los símbolos constituyen vehículos de identicación, ya
que muestran valores y normas profundamente enraizados en la cultura que
los utiliza García (1991: citado por, Cabrera, 2004). Quien penetra en el
sentido de los símbolos de una persona o de un pueblo, conoce en el fondo
a ese colectivo. Ello le permite a los individuos denir su mundo, expresar
opiniones, sentimientos y formular sus propios juicios en torno a lo que les
rodea. De esta manera, un símbolo puede representar varias cosas al mismo
tiempo (Turner, 1989).
Por su parte, Chevalier (1991) sostiene que los símbolos juegan con
las estructuras mentales ya que se le compara con esquemas afectuosos,
funcionales y motores. El acuerdo sobre los símbolos constituye un paso
inmenso en la vía de la socialización. Para Pross (1980), símbolos y signos
dan la seguridad de que hay algo que está en lugar de otro, pero al mismo
tiempo transmiten la inseguridad de un constante cambio. Es decir, que los
signos como los objetos asignados y la conciencia que interpreta cambian
la posesión que se tenga de determinado signo, es una relación que debe
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ser renovada y mejorada constantemente; ya que así como las sociedades
evolucionan, los dispositivos simbólicos deben de adaptarse y responder a
las necesidades materiales y espirituales de determinado colectivo.
Al respecto, Schwarz (2008) arma que el carácter arbitrario y conven-
cional del signo lo diferencia del símbolo. El signo generalmente señala
objetos o cosas a las cuales podemos tener acceso directamente; se compone
de un signicante y signicado. El primero, trata de lo físico; lo visible; lo
palpable. El segundo, busca hacer presente en su ausencia, lo invisible; el
sentido y el contenido en sí. En esta distinción Jung (1997), argumenta
que el signo es siempre menor que el concepto que representa. Es decir, su
signicado será siempre evidente e inmediato, y como tal, arma Schwarz
(2008), puede ser totalmente convencional, porque indica frecuentemente
elementos materiales a las cuales podemos tener acceso directamente. Por
otra parte (Nieto, 1993), argumenta que los símbolos constituyen la mani-
festación de una política de la posteridad. Es decir, determinados símbolos
e imágenes son valorados en cuanto que se consideren perennes, y en con-
secuencia, se heredan como parte del capital simbólico al que individuos y
colectivos acceden en reconocimiento de su honor y su prestigio.
En todo caso, la simbología del poder tiene la capacidad de imponer y
legitimar el punto de vista que se posea de la realidad, a la vez, hacer o lograr
que sea soportable y perdurable la relación dominantes - dominados. De ahí,
que la percepción que se tenga del mundo reside en la capacidad de imponer
a través de la lucha simbólica, los principios sobre los cuales será construida
la realidad. Así, se asume que el poder simbólico signica el hacer grupos a
través de poder consagrarlos e instituirlos (Bourdieu, 2000, en Literas, 2004).
Una de las formas de constituir ese poder simbólico es haciéndolo a
través del discurso, ya que este último da consistencia al primero, porque
impregna los hechos de legitimidad, veracidad o deslegitimación. Es decir,
que a través del discurso se logra establecer los límites y alcances del poder.
Partiendo de estas consideraciones Radford (2004), al analizar la con-
ceptualización ofrecida al respecto por Cassirer (1957), llega a comprender
como el símbolo se encuentra dotado de un poder epistemológico, ya que
a través de su representación podemos acceder al objeto de estudio. En
ese sentido Radford (2004), toma como ejemplo la obraHistoria de las
CASTRO PIRELA, María de los Ángeles
Perspectivas. Revista de Historia, Geografía, Arte y Cultura de la UNERMB
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Indias, (De Las Casas, 1951), donde argumenta que durante el primer
viaje de Cristóbal Colón en búsqueda de las Indias, uno de sus capitanes
Martín Alonso, al ver tierra rme, presupone que la Isla observada no era
Cuba sino el reino del Gran Khan. Lo trascendental de esa situación es que
Alonso continua raticando y trata por todos los medios de enlazar el mapa
cartográco que el orentino Marco Paulo había realizado de las Indias a
estas tierras, en el cual era evidente que los diversos accidentes geográcos
que mostraba el mapa no contrastaban en lo más mínimo con la realidad de
ese espacio al que desembarcaron.
De Las Casas llegaría a demostrar en sus escritos que cuando el hombre
desea y concibe algo como verdadero lo sostiene y ratica en su imaginario,
y por ende lo toma como real, es decir, “lo interpreta como una prueba de
lo que realmente quiere ver” (Radford, 2004:161). Los símbolos han for-
mado parte esencial de las sociedades, y es a través de sus códigos simbólicos
que muchas veces se ha logrado estudiar y conocer el comportamiento, las
creencias y las ocupaciones que los individuos ejercen en determinada so-
ciedad.
En el caso que nos ocupa, se ha tomado como referencia la simbología
del poder en la sociedad tradicional de antiguo régimen. En dicha sociedad
los símbolos van a tener una gran inuencia en la conformación de las men-
talidades de los colectivos, incluyendo a los monarcas que utilizan diversas
representaciones simbólicas (corona, cetro, escudos, pendones reales, mo-
nedas entre otros), con la nalidad de hacer visible y aceptable su soberanía.
Así, se contribuía a raticar el poderío que el rey detentaba como máximo
protector del mundo; gracia que era emanada de Dios, y por lo tanto reco-
nocida y legitimada por la sociedad en todas sus posesiones ultramarinas.
Los signos y símbolos justicaban el poder sacralizado del monarca, y de-
terminaban las relaciones y posiciones que los individuos ejercían como
sociedad cortesana
4
.
Ceremonias y Ritos
Las ceremonias y los ritos son actos laicos y profanos de la vida civil, en
algunos casos se llevan a cabo dentro del contexto mágico religioso. En tal
4 Al respecto consultar Berbesí, 2002.
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sentido, advierte Silva (1998:484), a pesar de la diferencia existente entre
los ritos y ceremonias en algunos momentos de la vida pública encontra-
mos a ambos entrelazados. “…en numerosas ocasiones de la vida social es
preciso remarcar el signicado de un acto, tanto profano como religioso, a
veces entremezclado en determinadas celebraciones: la misa y el Te Deum
de las paradas, conmemoraciones y efemérides de las ceremonias cívicas, la
ceremonia del matrimonio civil dentro de la iglesia después del rito religio-
so, como se ha establecido últimamente”. Es decir, que ambos se relacionan
en momentos claves del ser humano, nacimiento, desarrollo, matrimonio,
muerte entre otros. Asimismo, Leal (1990), arma que las ceremonias son
actos de acciones públicas ordenadas como prácticas que van hacer intro-
ducidas ininterrumpidamente generando en el colectivo una costumbre in-
memorial o tradición.
Los ritos y las ceremonias contribuyen a establecer, conrmar o transfor-
mar las relaciones de poder existentes entre los que protagonizan ya sea en
niveles distintos dichos acontecimientos. De ahí, que las ceremonias cons-
tituyen un medio incuestionable de hacer creer en la legitimidad del po-
der político de quien lo ostenta (Nieto, 1993). Ambos actos tanto los ritos
como las ceremonias deben ser considerados partes integrantes del sistema
político y de la estructura de poder, no deben entenderse como elementos
secundarios de un sistema político o como una máscara que intenta ocultar
la manera de cómo se ejerce el poder, sino que deben de ser asimiladas como
formas de poder en sí mismas (Nieto, 1993).
En la sociedad de antiguo régimen, la ceremonia permite garantizar y ex-
hibir en todo momento la lealtad y delidad que deben mostrar los súbditos
del reino hacia el monarca. De manera que las ceremonias las podemos
ubicar dentro de lo público y lo privado, la primera realizada en la calle, de
forma organizada e intencionadamente multitudinaria y su nalidad es la
propaganda, la segunda, efectuada en el interior de un edicio, palacio o
templo, esencialmente jurídico-político siendo su función la legitimación
de un determinado poder (Nieto, 1993).
En la sociedad cortesana de ancien régime las ceremonias simbolizaban
la distinción entre el rey y sus súbditos, así como entre los diversos rangos
cortesanos, es decir, que la superioridad jerarquizada de unos con respecto
a otros era claramente evidente. En este sentido, los objetos y espacios del
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quehacer ceremonial dicen algo más que su literal signicado funcional,
pues dictaminan una intencionalidad social (Leal, 1990: citado por, Ber-
besí, 2000).
De ahí, que las ceremonias son actos que permiten legitimar, raticar o
gloricar una estructura de poder, es decir, que contribuyen a aanzar y ase-
gurar el poder regio existente. Por ello, las insignias y símbolos utilizados en
las ceremonias representan y simbolizan las desigualdades sociales propias
de la época, asimismo, son indicativos de la mayor o menor importancia
que se tiene en la jerarquía de la representación del poder (Berbesí, 2000).
En consecuencia, el acto ceremonial con perspectiva política en el
antiguo régimen simboliza la delidad, la lealtad, y la subordinación de
los súbditos al monarca, a la vez de, gloricar y consolidar el poder regio
existente. En efecto (Garavaglia, Marchena, 2005: 470), mencionan que
el ceremonial, “… era un medio para mantener el orden social, que expre-
saba ciertas relaciones sociales mediante un determinado comportamiento
ritualizado. Es decir, en el ancien régimen contaban con una estructura
social bien delimitada y jerarquizada donde cada individuo tenía una
función especíca que cumplir. Situación que era aceptada y aprobada por
el colectivo. En ese sentido, toda posible transformación en el ceremonial
ponía en peligro el orden estamental que ya poseía la sociedad.
A la luz de estas consideraciones, el objetivo central de las ceremonias
y los rituales es el legitimar el control y el ordenamiento de la sociedad. Es
así, como en el antiguo régimen fueron utilizadas para dejar raticado la
jerarquía y el orden existente entre gobernantes y gobernados.
Los Juramentos
Los actos de jura forman parte de las ceremonias, de ahí que su valor
permite legitimar y aprobar fervientemente el poder establecido, y más si
este se realiza dentro del contexto político ya que su trascendencia es mucho
mayor. En el antiguo régimen los actos de jura por parte del monarca o de la
corte real, representaban un recurso ceremonial legitimador al que se acudía
en los momentos de crisis, como mecanismo para la reconstrucción de unos
fundamentos políticos existentes (Nieto, 1993).
Por otra parte, los juramentos que los colectivos hacen al rey y al reino,
REFLEXIONES TEÓRICAS DEL ANTIGUO RÉGIMEN: PODER Y SIMBOLOGÍA.
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tienen como objetivo el conrmar la legitimación política del monarca, a
cambio de una total delidad, es decir, que el acto de jura representa un
símbolo que permitirá sellar o mantener las lealtades de los súbditos hacia
la corona. Según (Berbesí, 2002), estos remiten también a unos rituales ya
sea de carácter público o institucional. De ahí, que la iglesia, la plaza, la calle
servían de espacio para que las autoridades, civiles, eclesiásticas, políticas,
militares entre otros; expresaran a través de la jura delidad y legitimidad a
toda la monarquía.
De acuerdo a los planteamientos de (Berbesí, 2002), durante ese período
los actos de jura tomaran dos rasgos denitorios que pervivirán a través del
tiempo, lo oral y lo escrito, cada uno con ventajas y efectos que raticaran
en un panorama más amplio la justicación y conrmación del poderío
real. De ahí que, los juramentos constituían la garantía que el rey-reino
tenía para mantener o reestructurar de acuerdo al caso, el sistema político
al que representaban.
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