ISSN: 2343-6271
ISSN-E: 2739-0004
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Recibido: 2024/09/01 Aceptado: 2024/11/15
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El marxismo guatemalteco: la singularidad de un marxismo latinoamericano
atravesado por el “Debate Étnico”
Guatemalan marxism: the singularity of a Latin American marxism marked by the “Ethnic Debate”
Beltetón Morales, Melvin Arnoldo
1
Correo: melvinbelte34@gmail.com
Orcid: https://orcid.org/0009-0004-8928-822X
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.14764928
Resumen
El pueblo de Guatemala ha atestiguado una intensa historia política, social e intelectual de la que ha sido
el protagonista principal organizado en movimientos sociales de enorme importancia. Esta importancia
obedece al alto nivel teórico y a la capacidad de creación de importantes figuras dentro de diferentes
escuelas de pensamiento, entre las que destaca el marxismo en tanto que, desde su entrada en los círculos
obreros guatemaltecos a inicios del siglo XX, en su seno, se han gestado profundas reflexiones,
innovadoras propuestas y enconados debates a medida que las condiciones materiales exigían apuestas
creativas para superar los problemas que planteaban; especialmente, en el contexto de una guerra civil.
A uno de estos debates pretende dedicarse este trabajo: a aquel que, bajo las condiciones que imponía la
lucha armada, posicionó, en el centro de la polémica, al marxismo y a las complejas relaciones étnicas
en el seno de la sociedad guatemalteca.
Palabras clave: Marxismo latinoamericano, etnicidad, Centroamérica, Partido Guatemalteco del
Trabajo.
Abstract
The People of Guatemala has witnessed an intense political, social and intellectual history in which it
has been the main protagonist through organizing in social movements of huge importance. This
importance is due to the high theoretical level and creative capacity of many of its most important
intellectual figures that worked within the framework of different schools of thought, among which
Marxism stands out, since its introduction into workingmen circles at the beginning of the 20
th
century,
1
Diploma Superior en Pensamiento Latinoamericano y Caribeño: Perspectivas crítico-emancipadoras. Organización del Tratado de
Cooperación Amazónica. Guatemala.
Sección: Ensayo 2025, enero-junio, Vol. 13, No. 25, 81-107.
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“Debate Étnico”
as a framework through which deep reflections, innovative proposals and ardent debates have been
conceived as material conditions demanded creative efforts to overcome the problems that they posed;
especially, in the context of a civil war. It is to one of these debates that this work wants to dedicate its
efforts: to that debate that, under the conditions imposed by armed struggle, put Marxism and the complex
ethnic relations developed within Guatemalan society at the center of the polemic.
Keywords: Latin-American marxism, ethnicity, Central America, Guatemalan Party of Labor.
Introducción
La República de Guatemala se extiende a lo largo de unos 180,890 km
2
; una extensión territorial
que la posiciona como una de las naciones no insulares más pequeñas de la región. Sin embargo, dentro
de sus reducidos límites, se ha cultivado una intensa historia social, política e intelectual que suele ser
olvidada frente a la de aquellos países que poseen más influencia y gravitación regional. A esta historia
quiere hacer honor el presente ensayo; específicamente, a un momento muy concreto de una tradición
muy concreta. No obstante, tanta concreción, se pretende que este trabajo sirva para exponer y
comprender los orígenes, las tendencias y los desafíos en el panorama más general de la historia política
e intelectual del país.
Precisamente, el momento concreto obedece a los años que transcurrieron entre la década de 1970
y mediados de la década de 1980 de una tradición concreta como lo es el marxismo guatemalteco, el cual
fue testigo, durante esos años, de un profundo debate alrededor de la cuestión étnica. Este debate tiene
características únicas en la región debido a que significó, principalmente, la búsqueda de una propuesta
renovadora y original de un marxismo más cercano a las condiciones del país que, necesariamente, debía
tener en cuenta otras formas de opresión que no solo se manifestaran alrededor de la clase social. Así se
expone en la segunda sección del ensayo titulada “El marxismo y la academia guatemalteca: el “Debate
Étnico”.
Esta se realiza tras un repaso histórico, en la primera sección, Los orígenes del marxismo en
Guatemala, que busca exponer de dónde vienen estas propuestas que dan origen al debate en cuestión
ilustrando la conformación de los primeros movimientos obreros, partidos comunistas y, en especial,
cómo el marxismo encuentra terreno en los movimientos sociales y políticos guatemaltecos durante las
primeras décadas del silgo XX.
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Este debate fue especialmente importante a medida que las condiciones de la lucha armada
impusieron al marxismo guatemalteco, a quienes teorizaban desde esta escuela de pensamiento y a las
organizaciones políticas y revolucionarias que se identificaban con este, renovar su mirada sobre la
opresión sufrida por los pueblos originarios y, fue aún más importante, cuando los mismos pueblos
originarios pusieron énfasis en teorizar las relaciones de opresión que sufrían desde la mirada de Karl
Marx. Así se lo expone en la tercera sección, y última, que lleva por nombre “De la academia a la guerrilla
y de la guerrilla a la academia”.
Sobre este debate, sus orígenes, cómo se llevó a cabo y sus consecuencias es que trata el presente
trabajo.
Los orígenes del marxismo en Guatemala
Al igual que en el resto de la región latinoamericana, el eurocentrismo fue un factor fundamental
para la construcción política e ideológica de la sociedad guatemalteca. En este sentido, las ideas
provenientes de Europa fueron siempre prioridad y de rápido posicionamiento frente a cualquier
planteamiento que pudiera tener origen en territorio guatemalteco. Fue así cómo se construyó la
hegemonía
2
de unos tipos específicos de pensamiento, de origen europeo, que eran considerados
correctos.
Sin embargo, estos procesos de posicionamiento hegemónico no tienen lugar sin resistencias. Estas
resistencias no solo se dieron desde el pensamiento de los pueblos originarios como propuesta no europea
y original
3
, sino también desde teorías e ideas que venían de Europa, pero cargadas de un aire renovador
y de libertad, como lo fueron el anarquismo, el solidarismo, el socialismo o el marxismo (ASIES, 1991).
Precisamente, el marxismo, no solo en Guatemala, sino allá donde encontró oídos y corazones en
el continente americano, fue una de esas propuestas que, por su intención renovadora, humana, intrínseca
(Fornet-Betancourt, 2001), traía consigo una apertura que permitía imprimirle la originalidad que los
pueblos del mundo necesitaban para hacer dialogar al pensador alemán con las realidades de
2
Se entiende aquí la hegemonía planteada por el pensamiento gramsciano en el que “[e]l concepto de hegemonía (…) señala la dirección
político-ideológica que forja la base social para la conquista del poder político y la construcción de un nuevo Estado” (Albarez Gómez,
2016).
3
A pesar de que es constantemente invisibilizada, la lucha de los pueblos originarios frente a las imposiciones de los criollos y mestizos
acaudalados, primero en la colonia y luego durante las diferentes etapas de la vida republicana, fue fuente fundamental del pensamiento
político de las clases subalternas y, aunque no es el enfoque de este trabajo, es importante tenerlo en cuenta.
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Nuestramérica; aprovechar sus conceptos y sus teorías, acomodar sus planteamientos y corregir y
subvertir ahí donde Marx no hubiera terminado de entender estas realidades.
Prueba de ello es la originalidad apasionante y el pensamiento abigarrado de los primeros
intelectuales marxistas de Nuestramérica, que podría condensarse en aquella frase tica del escritor,
periodista y pensador peruano José Carlos Mariátegui: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea
en América ni calco ni copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia
realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He ahí una misión digna de una
generación nueva” (Mariátegui, 1980, pág. 249).
En este contexto, también, se introducen estas ideas en suelo guatemalteco. En unos años de notable
efervescencia social y relativa libertad política tras la caída del régimen del dictador Manuel Estrada
Cabrera, en 1920, los sindicatos empiezan a asumir un rol protagónico que, progresivamente, irá
chocando con los intereses de los gobiernos liberales que sucedieron a la dictadura. Esto provocará
intensos debates y constantes disputas entre diversas facciones sindicales por la hegemonía del
movimiento obrero (López Larrave, 2019).
El historiador Arturo Taracena Arriola explica cómo se introducen estas ideas: “Las ideas
socialistas y comunistas habían ido entrando en Guatemala por múltiples vías desde la caída de Estrada
Cabrera. Una de ellas fue la llegada de cuadros sindicales y políticos mexicanos al istmo centroamericano
en los primeros años de la década del veinte, y todavía bajo la revolución de 1910-1917. Por otra parte,
la influencia de la Revolución bolchevique se dejaba sentir de una cierta manera” (Taracena Arriola,
1989, pág. 51).
La progresiva evolución de estas ideas y la disputa que promovieron en la arena política haría que
la Unificación Obrera Socialista (principal organización de carácter comunista en el país) siguiera las
instrucciones enviadas por la Internacional Comunista sobre la necesidad de constituir una organización
con un programa más avanzado y que aglutinara a los sectores obreros comunistas para elevar la lucha
hacia el plano político. Este sería el germen del primer Partido Comunista de Guatemala que, según
comenta Taracena, requirió que los primeros miembros solicitaran a cuadros del Partido Comunista
Mexicano que les “educaran sobre las tareas principales para formar el Partido Comunista" (ibid., pág.
53), naciendo así, el partido en 1922.
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A diferencia de otras tradiciones de izquierda u obreristas, el PCG, era una organización,
estrictamente, de carácter marxista lo que se comprobaría en su estrecha relación con la Internacional
Comunista de entonces, lo que llevó a acciones tales como conmemorar el aniversario de la Revolución
Bolchevique en noviembre de 1923 so pena de ser duramente reprimidos por el estado guatemalteco
(ibid.).
Igual importancia tendría el carácter internacionalista de la, entonces joven, organización política.
En este sentido, resaltan, por ejemplo, las participaciones de dos estudiantes peruanos, Esteban Pavletich
y Nicolás Terreros, y del célebre comunista cubano Julio Antonio Mella en la huelga de los panaderos,
que llevó al paro a 1500 trabajadores que exigían mejores pagos por el trabajo nocturno y que se
extendería entre finales de 1925 y principios de 1926. De hecho, Terreros y Mella fundan ese año una
sección de la Liga Anti-imperialista en Ciudad de Guatemala (ibid.).
A partir de estos hechos, el PCG empezaría a lograr una importante acumulación de fuerzas que
apuntaron en lograr del control de los órganos obreros de poder regional como la Confederación Obrera
de Centro América, lo que lograría en 1926. Esta misma estrategia motivó a que el PCG se adhiriera a la
III Internacional Comunista durante su V Congreso, en 1924, y a que enviara cuadros para la constitución
de la sección guatemalteca del Partido Comunista de Centro América en 1925 (ibid., pág. 54).
Estos años serán de expansión, tanto para el movimiento sindical, como para el movimiento
comunista guatemalteco. En 1929, de hecho, participarían en la Primera Conferencia Comunista
Latinoamericana, enviando como delegado al militante y fundador del partido Luis Villagrán. Esta
conferencia es un momento interesante, no solo para el partido, sino que lo es, también, en el marco del
debate étnico que se daría después. En la conferencia, se expondría el informe de José Carlos Mariátegui
“El problema de las razas en América Latina”.
La postura de Villagrán expresaría la poca formación que, en ese momento, se tenía sobre un tema
que hoy en día es tan sensible como el de la cuestión étnica, pues respondería, por Guatemala, diciendo:
“En Guatemala existe un gran porcentaje de indígenas, que constituye el 75% de la
población, y de los cuales el 70% es analfabeto. Conservan su régimen primitivo, su idioma,
sus costumbres. En esta raza está arraigada la cuestión clerical y eso lo deberemos tener en
cuenta, pues los indígenas aportan a veces fuertes sumas de dinero a las organizaciones
clericales. La acción de nuestro Partido no ha logrado todavía introducirse en aquellas
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regiones. En Guatemala, camaradas, tenemos también otros dos problemas raciales no
menos importantes: el de los negros y el de los chinos. Este último, principalmente, no ha
sido tenido en cuenta por los compañeros del Perú que dieron informe, a pesar de que, como
he podido comprobar cuando pasé por dicho país, el problema es mayor que en Guatemala"
(S.S.A. de la I.C., 1929, págs. 308-309).
Las declaraciones de Villagrán se verán representadas en el futuro en un número importante de
autores, especialmente aquellos ligados al Partido Guatemalteco del Trabajo, que verán en la situación
de los pueblos originarios una situación sin importancia y que plantearán como solución el subsumirlos
dentro de la categoría de campesinado o el trabajar en torno a su proletarización (Flores Alvarado, 1974).
Taracena Arriola plantearía lo siguiente:
“Para Villagrán, el millón y medio de indígenas tenía menos importancia en el análisis que
los 8.000 chinos y los 10.000 caribes guatemaltecos. La razón estaba en la esencia de la
visión que la sociedad ladina guatemalteca tenía (y que sigue teniendo en gran medida) del
indio: una masa incapaz de gobernarse por misma; un peso muerto en lo político y en lo
cultural; una mano de obra gratuita” (Taracena Arriola, 1989, pág. 59)
4
.
Tras un periodo de intensas luchas sindicales y del PCG contra los gobiernos liberales autoritarios
y, en medio de un periodo de profunda crisis económica, producto de los efectos de la Gran Depresión
en la economía guatemalteca, la figura bonapartista del dictador liberal-conservador Jorge Ubico
Castañeda hace su aparición: tras un periodo de inestabilidad política, un gobierno interino convoca
elecciones; en estas, solo el general se presenta, asumiendo, así, la presidencia el 14 de febrero de 1931.
Ubico se propuso poner orden a expensas de las libertades políticas y las conquistas económicas y
sociales de los sectores sindicales y lo logró. Valiéndose de un férreo discurso anticomunista en el que
planteaba que el PCG estaba dirigido directamente desde la Unión Soviética y financiado por esta, Ubico
logró llevar al partido a la práctica desaparición por medio de la represión. Uno de los últimos episodios
de la vida del PCG fue el encarcelamiento de entre 170 y 400 miembros del PCG y la condena a muerte
de los 10 miembros del Comité Central del partido. Finalmente, Ubico conmutaría la pena de muerte a
todos, menos al militante comunista de origen hondureño Juan Pablo Wainwright, quien fue fusilado el
18 de febrero a las 4 de la tarde en la Penitenciaría Central. Wainwright se había permitido escupir al
4
Es importante resaltar que, por las fechas de publicación del artículo de Taracena, el debate étnico n era muy reciente en Guatemala,
por lo que observaciones de este tipo tienen mucho sentido al querer identificar posturas como las de Villagrán en uno de los bandos de
aquella contienda.
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dictador cuando este en persona lo interrogaba. ¡El líder comunista hondureño moriría gritando “Viva la
Internacional! ¡Viva la clase obrera!" (ibid., pág. 61).
Posterior al asesinato de Wainwright, Ubico desarticularía, no solo al PCG, sino, también, a todas
las organizaciones sindicales, llegando al extremo de anexar el Departamento Nacional del Trabajo a la
Dirección General de la Policía en 1934 (ibid., pág. 62). El dictador se mantendría en el poder por otros
10 años más hasta que, tras una huelga general y la petición de su renuncia por parte de las personalidades
más importantes del país, deja el poder en manos de su delfín, Federico Ponce Vaides, y huye a Nueva
Orleans.
El gobierno de Ponce Vaides sería depuesto tras una revolución organizada desde el Ejército y
diversos movimientos sociales como el gremio de maestros y estudiantes organizados de la Universidad
de San Carlos de Guatemala, entonces Universidad Nacional de Guatemala, en lo que sería conocido
como la “Revolución del 20 de Octubre”. Esta daría pie a 10 años de movilización social en la que las
clases populares verían cómo, a través de su participación, retomaban el protagonismo que Ubico les
había arrebatado (López Larrave, 2019).
En ese contexto, en 1949, se funda el Partido Comunista Guatemalteco, nuevamente, bajo el
liderazgo de José Manuel Fortuny. Este sufriría una escisión liderada por el Secretario General de la
Confederación General de Trabajadores Guatemaltecos, Víctor Manuel Gutiérrez, en 1950, que fundaría
el Partido Revolucionario Obrero Guatemalteco. Sin embargo, “Gutiérrez, a principios de 1952, propició
la disolución del PROG, que se produjo el 2 de febrero de ese año y retornó a las filas del PCG, invitando
a los demás miembros del PROG a ingresar al Partido [Comunista Guatemalteco]” (Alvarado Arellano,
1975). Es, también, en 1952, durante el II Congreso del partido, que el partido decide asumir el nombre
de Partido Guatemalteco del Trabajo (ibid.).
El marxismo y la academia guatemalteca: el “Debate Étnico
Realmente, el marxismo, en la academia, no se tomó en cuenta como una teoría social o como un
cuerpo de ideas que dieran una explicación profunda de la realidad, hasta bien entrado el siglo XX. Si
bien en los años de la llamada “Década Revolucionaria”, periodo que abarca de 1944 hasta 1954, varios
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pensadores ya habían leído a Marx y dialogaban con su obra
5
(muchas veces tergiversadas por malas
ediciones de sus trabajos o por manuales soviéticos que no terminaban de profundizar en la misma), y
varias organizaciones políticas y sindicales se declaraban herederas de su legado y lectoras de su obra,
lo cierto es que el marxismo, durante esos años, representó una ideología política más que una teoría que
funcionara como herramienta para interpretar la realidad.
Durante esta década, la visión académica generalizada con respecto a los pueblos originarios estuvo
muy influenciada por la visión del Instituto Indigenista Nacional. Este colaboraba estrechamente con el
Instituto Indigenista Interamericano, por lo que su visión sobre la situación de las comunidades indígenas
estaba orientada hacia la resolución del “problema indígena” (Ureña Martínez, 2010, pág. 91).
Entendiendo como solución a la discriminación y depauperación de las comunidades indígenas “la
guatemaltequización integral del indígena a través del mestizaje” (González Ponciano, 1994, pág. 173);
es decir, la “integración” del indígena desde una visión paternalista, visión que, también, influiría en
algunos pensadores marxistas posteriores.
Ya sea por “manualismo”, o bien, por cierto, anticomunismo sociológico (que aun permeaba a la
sociedad guatemalteca), no fue sino hasta la cimentación del PGT en las capas universitarias que el
marxismo significó un fermento teórico a partir del cual pudiera interpretarse la realidad guatemalteca.
Esto sucedió entre finales de la década de 1950 e inicios de la década de 1960; una vez consumado el
golpe de Estado contra Jacobo Árbenz que patrocinó y dirigió la CIA, coincidiendo con el III Congreso
del partido (en mayo de 1960), en el que se reivindicarían “todas las formas de lucha” para recuperar la
democracia y a partir del cual los estudiantes universitarios (captados por la Juventud Patriótica del
Trabajo, la organización juvenil del partido) participarían en la lucha armada como sector estudiantil
(Figueroa Ibarra, 2006).
La violencia anticomunista posterior al golpe de Estado obligó a toda la dirigencia del PGT a
marchar al exilio y a los cuadros medios a la clandestinidad. Esta reorganización puso en hombros de
cuadros con un origen distinto la dirigencia del partido: ahora, eran sectores universitarios, intelectuales,
funcionarios de carrera y no tanto militantes o activistas formados al calor de la lucha quienes pasaron a
5
Destacan, por ejemplo, las figuras del sociólogo y novelista Mario Monteforte Toledo, el ensayista y dramaturgo Manuel Galich o de la
poeta y escritora feminista Alaíde Foppa.
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tener puestos de dirigencia. La formación universitaria que estos cuadros habían tenido llevó a una visión
del marxismo en consonancia con la consigna soviética del “marxismo como ciencia de la sociedad”
6
.
Si bien esta visión acarrearía problemas, lo cierto es que la originalidad que, a partir de entonces,
los marxistas guatemaltecos imprimieron al pensamiento social local, permitió superar algunos de los
problemas que la visión soviética imponía; esto fue especialmente notable entre la academia y la
intelectualidad que militaba pero que no dirigía dentro del partido, puesto que los cuadros que se
mantuvieron firmes a la línea política del PGT siguieron suscribiendo la línea soviética. Este interés por
el marxismo de parte de académicos e intelectuales provocaría que las primeras publicaciones
académicas de carácter marxista se hicieran en Guatemala.
De hecho, la primera de estas obras es la que inauguraría todo el posterior debate alrededor de la
cuestión étnica en el país. Se trata del libro escrito por el sociólogo guatemalteco Carlos Guzmán-Böckler
y el antropólogo francés Jean-Loup Herbert, “Guatemala: una interpretación histórico-social”. Este libro
consistía en reflexiones hechas por Guzmán-Böckler alrededor de los temas que trató en su tesis doctoral
sobre el racismo como legado colonial, junto a las observaciones de campo hechas por el antropólogo
francés mientras realizaba una investigación en Guatemala.
La obra de Guzmán-Böckler y Herbert está influenciada, no solo por Marx, sino que lleva consigo
un aire renovador de pensadores anticoloniales posteriores como Frantz Fanon y Albert Memmi. En este
ensayo, la postura de los autores plantea que existen dos contradicciones fundamentales al interno de la
sociedad guatemalteca: no solo la contradicción de clase, defendida por los intelectuales más ortodoxos,
sino, también, la contradicción étnica entre indígenas y ladinos. Para los autores, el ladino, producto de
la realidad colonial, fuera o no explotado, se beneficiaba, a través del racismo como ideología colonial,
de la explotación del indígena y, debido a ese mismo racismo, no lo veía como un igual, sino que buscaba
situarse por encima de este (Guzmán-Böckler & Herbert, 1970).
En palabras de Guzmán-Böckler:
Lejos de buscar la solución a tal contradicción [la que es generada por la mutua dependencia
entre colonizados y colonos], el sistema colonial la ha agudizado al esforzarse por dar a su
creación principal -el régimen económico basado en la tenencia desigual de la tierra y en la
6
En referencia a un conocido texto soviético, muy divulgado en las décadas de 1960 y 1970, escrito por dos filósofos, Kelle y Kovalzon, y
que facilitó la divulgación de conceptos e ideas y que, aunque limitado, fue muy importante para la época.
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explotación de la mano de obra agrícola indígena- la categoría de un hecho dado, o sea, algo
que escapa a la voluntad (…); supone que tal creación ha llegado a revestir una forma
abstracta que se impone a quienes componen el sistema en una forma inexorable, lo cual trae
como consecuencia -también inexorable- la posición de superioridad de la raza blanca,
supuesto que se traduce en dar al español peninsular el rango más alto y a los criollos y
mestizos los rangos inmediatos inferiores, hasta que (…) llega a englobar a todos los
“superiores” dentro del apelativo ladino (…). Tal construcción mental se cierra extrayendo
otra consecuencia -inexorable una vez más- consistente en la definitiva inferioridad del
“indio”. (Guzmán-Böckler & Herbert, 1970, págs. 48-49)
7
.
Además, problematizaba la conceptualización del ladino al definir a este como un “ser ficticio”, en
tanto que su definición étnica e identitaria consistía en negar lo indígena; el ladino era, por lo tanto, el
“no-indio”. Sin embargo, esta identidad a partir de la negación, afirmaba Guzmán-Böckler, terminaba
por provocar un desarraigo tal que este ya no era capaz de construir para una identidad, planteando,
así, la problemática ya expuesta por Fanon de mo el colonialismo afecta tanto al colonizado como a
quien se beneficia de su colonización (Guzmán-Böckler & Herbert, 1970, págs. 101-121).
Es posible apreciar que, en esta obra, ya se evidencia un primer intento por superar una visión que
solo tuviera presente la existencia de una relación de opresión entre clases, un primer intento que
trasciende esto para evidenciar que existen múltiples relaciones de opresión: no se trataba solo de superar
la explotación del hombre por el hombre, sino que esta lucha debía ir acompañada de la superación de la
colonialidad del poder
8
, del racismo sistémico:
“[S]e cree que la única forma posible de análisis del contexto social guatemalteco tiene que
partir de la comprobación de la presencia de clases (…), concebidas conforme a los modelos
anglosajones; o bien, la existencia de burguesías (…), de proletariado y de campesinado,
extraídos de una interpretación rígida del marxismo.
(…) Las deformaciones colonialistas de todas esas falsas visiones están inscritas en la base
misma del sistema colonial y afloran como resultado directo del vasallaje intelectual
(Guzmán-Böckler & Herbert, 1970, pág. 165).
En el marco de este debate, frente a la obra de Guzmán-Böckler, sus detractores posicionaron otra
obra publicada posteriormente, en ese mismo año, y que se ha convertido en uno de los trabajos más
7
Comillas y cursivas en el original.
8
Se hace referencia al concepto de “colonialidad del poder” elaborado por Aníbal Quijano y que busca definir las estructuras coloniales
detrás del poder actual: “En otros términos, el paradigma europeo de conocimiento racional, no solamente fue elaborado en el contexto de,
sino como parte de una estructura de poder que implicaba la dominación colonial europea sobre el resto del mundo. Ese paradigma expresó,
en un sentido demostrable, la colonialidad de esa estructura de poder (Quijano, 1992).
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“Debate Étnico”
célebres de las ciencias sociales guatemaltecas: “La patria del criollo. Ensayo de interpretación de la
realidad colonial guatemalteca”, de Severo Martínez Peláez, publicada, también, en 1970.
Martínez Peláez era profesor de enseñanza media, y tuvo una profunda formación en el marxismo
producto de su militancia en el PGT y que se propuso, con este libro, “dar un paso en la labor
interpretativa de nuestro pasado, y aunque limita sus indagaciones al campo de la vida colonial como
lo anuncia el subtítulo la tarea implica riesgos y una gran responsabilidad intelectual” (Martínez
Peláez, 1970, pág. 7).
A diferencia de la visión expuesta por los autores de “Guatemala: un interpretación histórico-
social”, Severo Martínez posiciona una visión del indígena que no iba estar muy alejada de aquella
expuesta por Luis Villagrán 40 años atrás, durante la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana,
a pesar de la complejización de esta postura. Para el profesor, si bien el indígena había llegado a una
posición de opresión tal en la que se encontraba en una vulneración aberrante de su humanidad debido a
un patrón de explotación que venía haciendo mella en él desde el periodo colonial, también esto se debía
a que la misma cultura indígena no era una cultura que haya sabido adaptarse a la modernidad y, por lo
tanto, era necesario superar esa identidad indígena para que este asumiera una identidad de clase, como
proletario, con la cual pudiera lograr su emancipación.
En palabras de Severo Martínez, “[l]a verdadera solución del problema del indio tendrá que
buscarse (…) en la supresión de los factores de opresión que detienen y conservan en un crecido sector
de trabajadores agrícolas de nuestro país las características del siervo colonial” (ibid., pág. 568). Martínez
menciona la desaparición de la servidumbre colonial porque, en su visión, “históricamente los indios son
un producto del régimen colonial, un resultado de la opresión y la explotación de los nativos; que la
perduración de la población indígena después de la colonia no es otra cosa que la perduración de la clase
servil colonial” (ibid., pág. 570).
Así, Martínez Peláez concluiría que,
“una concepción revolucionaria del indio no puede caer en el fetichismo de su cultura, y
menos quedarse mirando hacia atrás, por la siguiente razón: el desarrollo de las sociedades
acusa en nuestro tiempo una tendencia a la universalización, a la unificación de las grandes
corrientes progresivas de la ciencia, la técnica y la política, de manera que las realizaciones
de la Humanidad en esos campos tienden a convertirse (…) en factores de bienestar cada vez
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más generalizados, en patrimonio de toda la Humanidad. Esa tendencia no es sólo visible,
sino que es deseable; el impulso revolucionario la favorece. El desarrollo de los indios de
Guatemala (…) implica su contacto creciente con el desarrollo mundial, especialmente el
tecnológico.
Ya sea a ritmo lento, o al paso de cambios estructurales acelerados, la progresiva liberación
económica del proletariado agrícola guatemalteco traerá consigo, necesariamente, decisivas
transformaciones en el complejo cultural del sector indio de dicho proletariado.
Espontáneamente serán abandonadas las lenguas coloniales cuando los indios (…)
experimentan la urgente necesidad de equipar su intelecto con los elementos del saber
indispensables para hacer suya esa situación, y comprueben, sobre la marcha, que es absurdo
esperar a que dicho saber les sea traducido a veinte idiomas estrechos y de escasa difusión”
(ibid., pág. 609).
Sin embargo, el autor de “La patria del criollo” coincidía con Guzmán-Böckler y Herbert en resaltar el
papel que el racismo y la invisibilización del sujeto oprimido juegan en beneficio del sistema colonial al
resaltar que
“el indio aparece esfumado y disminuido en la Recordación [Florida] (…). Lo que ocurre es
que la obra, lejos de pecar de infidelidad en este punto, es un reflejo exacto de la realidad
dentro de la cual se gestó. La contradicción que en ella se descubre, entre la fundamental
presencia del indígena en todos los puntos de la narración, y la tendencia del cronista a
desdibujarlo y negarle su valor humano, corresponde a una contradicción objetiva, que se
daba en la vida colonial, y la crónica no hace s que reflejarla. Como los criollos vivían
del trabajo de los indios, éstos tenían que ser, en una u otra forma, la preocupación cardinal
del gran testimonio criollo que es la Recordación. Pero al mismo tiempo, siguiendo una ley
válida para todos los grupos explotadores, los criollos querían disimular la verdadera
procedencia de su bienestar y su riqueza, y ese móvil los llevaba a negarle méritos a los
indios, a borrar la gran importancia de su trabajo, agigantando sus posibles deficiencias,
ocultando el origen económico de las mismas, inventando muchas otras y socavando por
todos los medios del prestigio de los nativos” (ibid., págs. 200-201).
Estas dos posturas serían las que sentarían las bases para un debate que, a día de hoy, tiene
influencia en la forma en la que se conformaron varios de los movimientos sociales más importantes del
país, aun sin saberlo sus integrantes. Por un lado, la postura que asumirían académicos más cercanos a la
antropología y que planteaba la imperante necesidad de discutir el racismo como sistema de dominación;
por otro lado, se encontraba una postura que planteaba que estas contradicciones étnicas se diluirían al
superar las contradicciones económicas y que tales posturas podían minar la unidad entre los sectores
oprimidos.
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Uno de los mayores defensores de las tesis de Martínez Peláez, el antropólogo Humberto Flores
Alvarado, posicionaría los argumentos esgrimidos por este para responder a una corriente que tenía
relativa importancia entonces y que estaba fuertemente influenciada por antropólogos estadounidenses,
siendo el más importante de estos Richard N. Adams y que dio nombre a este corriente como
“adamscismo”. El adamscismo fue rápidamente vinculado con el trabajo de Guzmán-Böckler
9
y se
caracterizaba por una visión funcionalista y fuertemente culturalista, una especie de
“hiperculturalización” del debate, que establecía que la sociedad guatemalteca presentaba una
contradicción entre las culturas ladina e indígena y no entre clases sociales (Sala, 2011)
10
.
Flores Alvarado, sin embargo, argumentaría que, más allá de los matices que pueden derivar de la
cuestión étnica, la única realidad material y, por lo tanto, el único germen de la contradicción en el
capitalismo, radicaba en aquella que era resultado de las relaciones sociales de producción. Así, el
esfuerzo del antropólogo marxista se orientó a aglutinar a toda la población indígenas bajo la categoría
de campesinado (clase social con tierra y capacidad de laborar esa tierra) o bajo la de proletariado rural
(clase social que debe vender su fuerza de trabajo para trabajar en la tierra de alguien más), obviando la
cuestión étnica (Flores Alvarado, 1970).
A partir de la intervención de Flores Alvarado en el debate, las contradicciones entre ambas
posturas serían más enconadas, haciendo cada vez más difícil encontrar un punto medio a partir del cual
llevar la teoría a la organización práctica. Según menciona el sociólogo Carlos Figueroa Ibarra, el debate
se volvería una disputa enconada dentro de los confines de la Universidad de San Carlos de Guatemala
e involucraría a alumnos y docentes por igual: “El debate se agrió más por cuanto en la Universidad de
San Carlos de Guatemala, un amplio sector se intelectuales y estudiantes simpatizaron con tales
planteamientos [los propuestos por Guzmán-Böckler y Herbert] y además organizaron un movimiento
estudiantil, que hacía del radicalismo verbal y el ataque contra un sector de la izquierda, el eje vertebral
de su discurso político” (Figueroa Ibarra, 1986, pág. 28).
9
Es necesario resaltar que esta identificación de las posturas de Guzmán-Böckler con el adamscismo parte de una incomprensión de las
mismas y de una visión dual, muy común siempre que se dan este tipo de debates en la academia, y errónea que buscaba posicionar un
marxismo más ortodoxo frente a otras posturas renovadoras.
10
También, en el trabajo de Sala, se puede encontrar una extensiva evaluación y reseña histórica del “adamscismo” en Guatemala.
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En 1973, Martínez Peláez respondería de manera directa a la polémica publicando un artículo
titulado “¿Qué es el indio?”. Aquí, plantearía que los postulados que buscan ligar la lucha de los pueblos
indígenas a la descolonización son erróneos en tanto que no comprenden que el “indio” nace con la
colonia, reafirmando su postura de que este un producto de la realidad colonial como clase y no como
etnia, y, por lo tanto, con la descolonización, desaparecería (Martínez Peláez, 1973).
Flores Alvarado apuntaría en una dirección similar en su artículo “El indio esfumado”, ya bastante
contundente desde su titulación. Ahí, el antropólogo afirmará que no niega al sujeto que el adamscismo
identifica como indígena, sino que señala que “el término indio no es adecuado para su identificación,
ya que el término correcto sería el de campesino (…); o el de obrero agrícola o jornalero (…); o como
burgués (…), y no aplicándole un concepto genérico a un grupo social heterogéneo, cuya connotación es
evidentemente racista” (Flores Alvarado, 1974, pág. 87).
En ese mismo número de la Revista Alero, dedicado, de hecho, a compilar las posturas del debate,
Guzmán-Böckler y Herbert entrarían en confrontación directa con los postulados de Martínez y de Flores
en un artículo titulado “Las clases sociales y la lucha de clases en Guatemala” (en él, también intervendría
el sociólogo guatemalteco Julio Quan). Aquí, reafirmarían su postura sobre el papel que la contradicción
étnica tenía en el desarrollo de la lucha revolucionaria (Guzmán-Böckler, Hebert, & Quan, 1973).
El debate se estancaría en este punto. Al menos, entre los autores principales que lo propiciaron. A
partir de este momento, tomarían impulso posturas “intermedias” que, estarían más o menos influidas
por uno de los dos lados. Por ejemplo, el anteriormente citado Figueroa Ibarra afirmaría que era necesario
reconocer las observaciones que “Guatemala: una interpretación histórico-social” había hecho, pero que
existían, más bien, una contradicción primaria marcada por la clase social y una serie de contradicciones
secundarias entre las que se encontraba la cuestión étnica y que, una vez resuelta la contradicción
primaria, las otras desaparecerían con el fin de esta (Figueroa Ibarra, 1976).
Figueroa Ibarra describiría esta tercera posición como la más adecuada en tanto que
“[e]n la formación económico y social guatemalteca existe una contradicción fundamental
que se manifiesta en la contradicción entra las distintas clases sociales (explotadores-
explotados). Sin embargo, no podemos negar que a la par de esta contradicción fundamental,
por su pasado colonial la sociedad guatemalteca enfrenta entre sus contradicciones
secundarias la contradicción indio-ladino, de tal forma que no podemos hablar de un ladino
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explotador un indio explotado sino de indios y ladinos incorporados a las distintas clases
sociales” (ibid., pág. 440).
Por otro lado, el también sociólogo, Edelberto Torres-Rivas reconocería que el trabajo de Guzmán-
Böckler plantea problemáticas novedosas, atractivas y necesarias de plantear, pero que se pierden en un
trabajo que carece de la construcción metodológica y epistemológica necesaria. Para Torres-Rivas, el
trabajo pierde el norte debido a su dispersión en un tomo que es demasiado pequeño para todos los temas
que el autor quiso abarcar (Torres-Rivas, 1972).
También, planteará críticas contundentes al análisis del conflicto étnico que harán los autores:
“[l]os méritos al subrayar la situación de colonialismo interno se pierden rápidamente a
medida que se asimila ad absurdum la categoría ideal de colonializador con la dudosa de
ladino y se olvida la categoría sociológica de 'clase dominante' en general, y burguesía
agrario-exportadora, en particular. En la lógica de la argumentación se confunden
situaciones distintas como punto de partida y así, se sacrifica la 'estructura de clase' por la
'estructura colonial' y se erige ésta en el eje total del análisis.
(…) En efecto, nada justifica, ni aun la pasión por criticar la conciencia orgullosa, hipócrita
y cobarde de lo que suponen ladino, que la prometida reinterpretación de nuestra historia
sufra en lo relativo a las clases sociales tan burda y superficial interpretación” (ibid., pág.
124)
11
.
De hecho, Torres-Rivas será de los pocos que valorarán el debate a la luz de los desarrollos del
presente; en especial, al analizar cómo la pérdida de los análisis marxistas puede llevar a la fabricación
de utopías reaccionarias: “Las utopías retrodialécticas son peligrosas y reaccionarias. En estas líneas
finales Severo y Carlos se dan la mano porque aspiran a lo mismo: una identidad indígena como
expresión de una ciudadanía moderna. Ni la patria del criollo ni una nación para el indio colonial sino
una conciencia étnica y nacional de cara al futuro” (Torres-Rivas, 2007, pág. 53).
Cabe destacar aquí una figura que, sin pretender ser parte del debate, terminó por estar en una
especie de punto medio, pero inclinándose hacia el lado de Guatemala: una interpretación histórico-
social” (a diferencia de Figueroa y Torres-Rivas que se decantaron por el trabajo de Severo Martínez),
como lo es el antropólogo indígena Joaquín Noval. Noval buscó mediar entre las posturas de Adams y
Flores y que reconocía que, efectivamente, el indígena padecía una situación en la que siglos de opresión
11
Cursivas en el original.
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le habían llevado a una posición de extrema desventaja frente a otros grupos y, por lo tanto, el Estado
debía intervenir en integrarlo socialmente, pero no culturalmente; es decir, el Estado debía proveerle las
herramientas para que, superado el “atraso” en el que se encontraba, lograra convertirse en un “ciudadano
moderno” sin perder su identidad cultural indígena (Pinto Soria, 1999).
Noval fue un autodidacta que se formó bajo la tutela del Instituto Indigenista Nacional de
Guatemala (específicamente, por Antonio Goubaud y Richard Adams), pero que transitaría al marxismo
hasta ser uno de los principales cuadros del PGT antes de su asesinato por el Estado, en 1976 (Noval
(Aut.) & Salazar (Comp.), 2018). Este tránsito entre las dos corrientes del debate, seguramente, le dio la
claridad necesaria para dilucidar posiciones revolucionarias en torno a la idea de integración, pues, en
1972, escribía: “la tarea nacional se orienta hacia el enfrentamiento de los colonizadores extranjeros
mediante la unificación de estas dos clases (indios y ladinos) superando sus viejas y estériles luchas
internas” (Rosada Granados, 1987, pág. 126).
Precisamente, la integración fue el concepto que originó el debate. En última instancia, este se dio,
en el seno del marxismo, debido a que, en ese momento, las organizaciones revolucionarias y los
pensadores marxistas comprendían, muy opacamente, que existía un solo sujeto revolucionario y, si ese
sujeto revolucionario habría de ser la clase trabajadora, cuestionaron los cuadros renovadores, ¿dónde
quedaban los miles de ciudadanos indígenas que vivían en condiciones terribles de explotación, muchas
veces peores que las del trabajador mestizo más vulnerable?
El sociólogo guatemalteco Gabriel Aguilera expone que este debate plantearía
“que en los países centrales, el pensamiento clásico marxista ha postulado al proletariado
como sujeto conductor de esos procesos [revolucionarios] y como formulador principal del
proyecto alternativo. En los países periféricos, sin embargo, ese sujeto proletario podría no
revestir la calidad que le permitiera ser conductor, ya sea por su debilidad histórica, su
número muy reducido o por otras circunstancias que se refieren al escaso desarrollo de las
fuerzas productivas en un país dado. Así, aunque exista y participe, en determinadas
coyunturas otros sujetos sociales desempeñarían papeles más importantes incluso sujetos
sociales que podrían ser más atrasados en sentido histórico” (Aguilera, 1984, pág. 211).
De la academia a la guerrilla y de la guerrilla a la academia
Esta búsqueda del sujeto revolucionario trasladó el debate de los confines de los salones de clases
de la Universidad de San Carlos de Guatemala, a los espacios abiertos de la selva y la sierra
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guatemaltecas; y de las páginas de las revistas académicas y los libros, a las páginas de los panfletos y
las mimeografías clandestinas.
En ese momento de la historia, el movimiento revolucionario armado, al igual que en el resto del
continente, no solo estaba estrechamente ligado al pensamiento marxista, sino que era un movimiento
con avidez intelectual y capacidad de producción teórica y esta era una característica que no solo se
encontraba entre las dirigencias (por lo general, con formación escolar superior), o los intelectuales
orgánicos de estas organizaciones.
A pesar de que pocos cuadros lograron integrarse al movimiento revolucionario habiendo superado
todo el ciclo escolar hasta el nivel superior, el alto nivel de las escuelas de formación y la creatividad de
los cuadros permitieron que muchos militantes, muchos de ellos provenientes de los trasfondos y las
clases sociales más vulnerables del país, pensaran en sí y para sí, no solo su clase social, sino también su
identidad cultural y étnica.
El debate étnico, por lo tanto, tuvo profundas consecuencias en el seno del movimiento
revolucionario partiendo porque fue una de las principales causas de todas las escisiones que se dieron
al interior de este
12
. En este sentido, una vez el debate étnico alcanzó los campamentos guerrilleros
organizados en el nororiente del país, el debate a lo interno de estas organizaciones no se hizo esperar.
A principios de la década de 1970 se enfrentaban dos facciones a lo interno de las Fuerzas Armadas
Rebeldes -FAR-: por un lado, la dirigencia y los cuadros que provenían del Ejército, que aún mantenían
contacto y recibían formación política e ideológica del PGT y que defendían las posturas de Martínez
Peláez; por otro, el núcleo integrado por estudiantes universitarios y campesinos y que, si bien no se
posicionaba a favor de las posturas böcklerianas, sí argumentaban que era necesario discutir cómo se iba
a integrar al indígena en la organización y cuál habría de ser su “papel” (Payeras, 1980).
Tras la derrota militar que sufren las FAR en el oriente del país, parte de sus cuadros se exilian en
la selva fronteriza del estado mexicano de Chiapas. Tras la reagrupación y reorganización de fuerzas,
una columna guerrillera entraría a la zona del Ixcán a través de la Selva Lacandona, en 1972, con el
12
Salvo por las escisiones que sufriría el PGT, será una de las causas principales tanto de la escisión que dio origen a las Fuerzas Armadas
Rebeldes -FAR- en 1962, como a todas aquellas que se dan a partir de la década de 1970, sin obviar que también estuvieron vinculadas,
todas estas (tanto la de las FAR como las posteriores), a la importancia que se le daba o no al papel de la lucha armada y a la independencia
de los distintos órganos regionales de estas organizaciones.
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nombre de Nueva Organización Revolucionaria de Combate -NORC- que, en 1974, pasaría a ser el
Ejército Guerrillero de los Pobres -EGP- tras la celebración de su “Primera Conferencia Guerrillera”.
A partir de entonces, el EGP se orientó a partir de las ideas de “Aura Marina Arriola, una de sus
fundadoras, [que] tendió a posicionarse más cerca de las tesis de Martínez Peláez, pero sin caer en el
determinismo del autor. El EGP fue crítico de los enfoques de Guzmán Böckler y Herbert, pero no
participó abiertamente en el debate y más bien fue construyendo su propio pensamiento y práctica a
partir, particularmente, de su inmersión en la cultura del pueblo ixil” (Thomas, 2013, pág. 136).
De igual manera, otra escisión de las FAR sucedería en el movimiento revolucionario derivada del
debate étnico: junto a los problemas vinculados a la centralidad del mando que buscaba el Regional de
Occidente de las FAR (ya separado de esta desde la derrota militar de principios de la década de 1970),
la crítica en contra de los ajusticiamientos y las consideraciones sobre la necesidad de mejorar el trabajo
político con la población campesina, “[l]a problemática indígena y su incorporación a la revolución fue
el tercer gran tema que desgarró al RO de las FAR” (ibid., pág. 134). Esto provoca que, para 1978, el
Regional de Occidente pase a posicionarse como una nueva organización revolucionaria: la Organización
del Pueblo en Armas -ORPA-.
El líder del Regional de Occidente en ese momento era el hijo de Miguel Ángel Asturias (ganador
del premio Nóbel de literatura), Rodrigo Asturias, alias “Gaspar Ilom”. Asturias fue editor en Siglo XXI
Editores México y ahí entró en contacto con “Guatemala: una interpretación histórico-social”; a partir de
este contacto con la obra de Guzmán-Böckler, “Asturias y los fundadores de la ORPA entendieron al
“pueblo natural” como fuerza principal de la revolución, sostuvieron el concepto del racismo
orgánicamente implantado en la estructura social guatemalteca y sustentaron la tesis de la unidad del
pueblo natural, enfatizando historia, opresión y rasgos culturales comunes por sobre diferencias entre los
diversos pueblos indígenas” (ibid.).
La influencia en la ORPA del texto de Guzmán-Böckler fue tal que uno de los documentos centrales
de su línea política se titularía “Documento sobre el racismo”, cuya mimeografía sería divulgada,
clandestinamente y en masa, entre los estudiantes universitarios bajo el nombre de “Racismo I”. Sin
embargo, ante las críticas que esta adhesión a la polémica obra del sociólogo guatemalteco provocó, la
ORPA decide matizar sus posturas con un nuevo documento titulado “La verdadera magnitud del
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racismo” o “Racismo II” de 1978 (Macleod, 2013). En este nuevo documento, la ORPA matizará la
importancia del racismo en las relaciones de opresión que se dan en la sociedad guatemalteca y asumirá
la posición hegemónica en el movimiento revolucionario acerca de la contradicción principal entre clases
y las contradicciones secundarias entre otras relaciones de opresión.
Figueroa Ibarra señala la importancia que tuvo el texto de Guzmán-Böckler para el debate entre las
organizaciones revolucionarias que demostraron que la academia había “unilaterizado la visión del país,
desde una perspectiva urbana” (Figueroa Ibarra, 1986, pág. 30). En su quehacer revolucionario, estas
organizaciones pusieron en duda
las afirmaciones tradicionales con respecto al papel que las distintas clases sociales del país
jugaban o deberían desempeñar en el proceso político del país, demostró en la práctica como
siendo la situación de clase el motor fundamental de la confrontación social, la cuestión
étnica desempeñaba, un papel de creciente importancia en la conciencia política de las masas
de campesinos indígenas que se incorporaban al proceso revolucionario. Esta participación
política demostró también como los campesinos indígenas transitaban de “etnia en sí” a
“etnia para sí” (ibid.).
Así quedarían organizadas las cuatro principales organizaciones revolucionarias alrededor del
debate étnico. A estas 4 organizaciones (PGT y FAR del lado de Severo Martínez, EGP posicionado en
una especie de punto medio y ORPA del lado de Guzmán-Böckler) habrían de añadírseles dos escisiones
fundamentales sobre esta cuestión: la escisión del Movimiento Indio-Tojil del EGP entre 1976 y 1977,
que se reivindicó abiertamente “indianista” y que afirmaba que “[l]a postura indianista sostiene que las
reivindicaciones nacionalistas y clasistas del pueblo indio deben estar asociadas a lo largo de la lucha.
Ellas deben iluminarse recíprocamente y deben ejecutarse conjuntamente” (Macleod, 2011).
Es fundamental mencionar que el Tojil entra en el debate étnico con una postura que parte no ya
desde ninguno de los dos autores que dieron pie al mismo, sino con una postura desde los pueblos
originarios. Esta organización trabajará estrechamente con el Comité de Unidad Campesina -CUC- y
terminará por rechazar la guerra al considerar que no es una guerra de los indígenas, esto tras el rechazo
de la URNG, entonces la organización política aglutinadora de los movimientos revolucionarios, a
integrarla como parte de esta.
La postura del Movimiento Indio-Tojil estuvo tan fuera de la norma que se planteó una propuesta
revolucionaria para la estructura político-organizativa del Estado guatemalteco en su documento
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“Guatemala: de la república burguesa centralista a la república popular federal”, publicado en 1978, en
donde planteará una estructura federal en la que cada cuerpo estatal sea conformado por los diversos
grupos étnicos en Guatemala. Las posiciones del Movimiento Indio-Tojil serán identificadas:
“por sus contenidos, posturas y proyecto político que plantea, pero sobre todo por la
metodología utilizada (el método dialéctico), estamos ante un etnonacionalismo marxista o
si se quiere una suerte de marxismo panétnico maya; que hay que comprender por su
radicalidad y propuesta, dentro del contexto del desarrollo de la política contrainsurgente,
la lucha revolucionaria y sus contradicciones internas entre sujetos de diferente origen
étnico, en donde la cuestión nacional desde la perspectiva de sus protagonistas es central
y prioritaria, y no secundaria, dentro del proceso y proyecto de sociedad a construir” (Ramos
Muñoz, 2016).
Estas posturas recibirán fuertes críticas por parte del movimiento revolucionario. Sin embargo, será
una de las principales fuentes para la construcción del movimiento maya posterior a la guerra.
Especialmente, a través de su organización de solidaridad internacional, el Movimiento de Acción y
Ayuda Solidaria -MAYAS-, y su órgano de difusión, la Revista Ixim, cuya aparición en 1977 (…) supone
un salto cualitativo importante en la conformación de la idea de una comunidad política, que entonces
era ideológicamente muy diversa (Bastos & Camus, 2003).
La otra escisión importante será la del Movimiento Revolucionario del Pueblo-Ixim -MRP-Ixim-
que se escindiría de la ORPA en 1982 y que también reivindicará posturas cercanas al indianismo y que,
frente al abandono de Tojil por la lucha armada, “el Ixim, en cambio, la reivindicaría como necesaria
para la liberación de los pueblos originarios” (Macleod, 2013), lo que llevará a otro debate, muy
importante en la época, sobre la importancia de la lucha armada para la liberación de los pueblos
originarios frente a la lucha política
13
. El Ixim tampoco integraría la URNG y sería rápidamente
desarticulado por las fuerzas represivas del Estado.
Durante estos años, las demás organizaciones guerrilleras también publicarían textos interesantes
alrededor del debate reafirmando la línea que, inicialmente, habían tomado: por su lado, el EGP
publicaría “Los pueblos indígenas y la revolución guatemalteca”, en 1983; mientras que el PGT
defendería sus posturas con La cuestión indígena”, de 1984, y las FAR harían lo propio con “La cuestión
13
Aunque no es menester ahondar en la importancia de este debate, es fundamental resaltarlo; especialmente, porque se da en el contexto
posterior al genocidio contra la población maya ixil, lo que implica la derrota militar del movimiento revolucionario y su paso a las tácticas
defensivas hasta el fin de la guerra.
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étnico nacional en Guatemala”, publicado en 1986. Por otro lado, una escisión del EGP que decidió
abandonar la lucha armada tras el debate que se suscitó alrededor de la eficacia de esta, Octubre
Revolucionario, publicaría sus “Tesis sobre la cuestión étnico-nacional”, bastante afines a la postura del
EGP, en 1987.
Para concluir: ¿Qué queda de aquel debate?
A partir de la década de 1980, el genocidio constituyó una prueba más que evidente de la existencia
del racismo en Guatemala, no solo como ideología, sino como sistema de opresión y de las consecuencias
a las que puede llegar (Casaús Arzú, 2009). También, significó la derrota militar, en casi todo el país, de
los movimientos revolucionarios, que tuvieron que pasar, de una posición ofensiva, al repliegue
defensivo hasta la firma de los Acuerdos de Paz. Parte de esta estrategia defensiva obligó a las
organizaciones guerrilleras, fraccionadas y enfrentadas, a hacer viable la conformación de una
organización que funcionara como paraguas y que, debido a las eventualidades de la guerra, terminaría
por funcionar como organización central (y absorbería a las distintas organizaciones revolucionarias); es
así, que, en 1982, se conforma la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca -URGN-
14
.
A esta derrota militar, la acompañaron procesos regionales como el neoliberalismo, la
globalización, el fin de las dictaduras en el cono sur y el ajuste estructural; esto provocó el inicio de la
pérdida de gravitación del marxismo frente a otras corrientes teóricas que permitían obviarlo en favor de
posicionar una especie de “reconciliación nacional” y en la búsqueda de un nuevo consenso que no
permitiera que la violencia anterior se repitiera. Esto estuvo acompañado del sentir generalizado de la
población y la imposición de la comunidad internacional para buscar el fin de la violencia y la necesidad
de establecer diálogos de paz entre la URNG y los gobiernos, ahora civiles.
A partir de la década de 1990, con la caída de la Unión Soviética y el retorno de un número
importante de académicos que habían migrado al exilio en Europa o Estados Unidos, la influencia
estadounidense y del neoliberalismo en la academia guatemalteca terminó por sepultar la importancia
que tenía el marxismo (Torres-Rivas, 1990), que ya solo se tenía en cuenta en el seno de la URNG, que,
por otro lado, estaba más enfocada en conseguir un acuerdo de paz con el gobierno que le permitiera el
14
Por la ORPA, las FAR, el EGP y el PGT-NDN; este último es una escisión del PGT original que, posteriormente, será reemplazado por
este mismo PGT original tras la práctica desarticulación de sus estructuras por parte del Ejército.
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paso a la vida política, la libertad de sus militantes, su no persecución y la defensa de los Derechos
Humanos de todas aquellas poblaciones masacradas, durante la década anterior, por el Ejército.
Todo lo anterior provocó que temas que solían ser de mucha importancia para teorías como el
marxismo dejaran de tocarse, desplazando el debate étnico al olvido
15
. Por lo que, realmente, el debate
no tuvo una conclusión; al menos, no una que se pueda considerar satisfactoria: como parte de la
necesidad de reorganizar fuerzas a raíz de la derrota militar de principios de la década de 1980, la
constitución de la URNG obvió este tipo debates para evitar roces y fraccionamientos; la academia, por
su lado, estaba enfocada en otros temas, y, si bien es cierto que las organizaciones indígenas hicieron
suyos los planteamientos de Guzmán-Böckler, puesto que lo consideraban idóneo con sus sentires,
realmente, poco se profundizó en el autor y sus propuestas a partir de entonces.
En este sentido, cabe mencionar la paradoja provocada, en la academia, por el genocidio: este es
prueba fundamental de los extremos a los que puede llevar el racismo como ideología colonial; sin
embargo, los estudios, investigaciones, trabajos y debates, a partir de ese momento, ignoraron la temática
del racismo y el debate étnico que tanta importancia le había dado a este concepto, ya sea a favor en
contra, para pasar a discutir temáticas como la paz, la reconciliación, el fin político y negociado de la
violencia, la desmovilización y reincorporación a la vida civil de los combatientes, la seguridad, la
reconstitución del ejército contrainsurgente a un ejército civil, los Derechos Humanos, entre otros
16
.
Hoy en día, los movimientos sociales se pueden identificar en uno de los dos lados del debate, o al
medio, según sea la organización revolucionaria de la que vengan sus miembros y lo que establezcan sus
programas. Por ejemplo, las grandes organizaciones sindicales y la gran mayoría de facultades de la
Universidad de San Carlos plantean de lectura obligatoria “La patria del criollo”, esto debido a la relación
estrecha que mantuvieron con el PGT; por otro lado, las organizaciones campesinas, que tan cercanas
habían sido a la propuesta “severiana”, ya no solo se reivindican campesinas sino que muchas veces lo
15
No solo el debate étnico, sino todas las discusiones que acompañan al cuerpo teórico del marxismo como lo son la lucha de clases como
causa de la conflictividad social, la economía política como herramienta de análisis de la realidad material o el estudio de los procesos
productivos, del trabajo, de los movimientos sociales, entre otros.
16
Muy pocas voces decidieron afrontar este tema desde el marco de referencia del racismo como ideología colonial que alimentó el
genocidio, principalmente, voces estadounidenses o europeas; mientras que, a nivel nacional, destaca la socióloga guatemalteca, Marta
Elena Casaús Arzú, como una de las pocas autoras que se ha propuesto teorizar el racismo y sus orígenes y no solamente darlo por sentado
como estructura de opresión.
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hacen al lado de la reivindicación de su identidad étnica, como puede ser el caso del CUC, CODECA o
el CCDA, logrando una especie de punto medio a ambos lados del debate.
A su vez, organizaciones que se declaran, abiertamente, en defensa de los derechos de los pueblos
originarios o que, incluso, reivindican el indigenismo, siguen siendo muy cercanas a la propuesta de
Carlos Guzmán-Böckler; especialmente, a partir de la publicación de trabajos del autor en solitario
durante la década de 1970. Esto es especialmente notable entre las organizaciones mayas del altiplano,
especialmente el Consejo del Pueblo Maya de Occidente -CPO-, vinculadas a la casa editorial Cholsamaj
que, habitualmente, reedita su versión de “Guatemala: una interpretación histórico-social”.
Respecto a la academia, el trabajo de Guzmán-Böckler mantuvo cierta influencia por medio de los
trabajos de la socióloga Marta Elena Casaús, que ha publicado libros como “Guatemala: linaje y
racismo”, en 1992, o “La metamorfosis del racismo en Guatemala”, en 1998. Pese a que la autora no lo
afirma, se notan las influencias del polémico texto en la forma en que aborda el racismo como ideología
colonial que ha permitido la dominación y el ostracismo de más de la mitad de la población y la
imbricación de esta ideología racista con las identidades de los mestizos para explicar por qué estos
suelen identificarse más fácilmente con los criollos que con los indígenas. Sin embargo, la postura tan
criticada de Guzmán-Böckler al respecto de la “no existencia” del ladino ha sido rechazada por la autora,
así como por otros académicos identificados con el autor.
Desde la óptica “severiana”, se puede destacar el trabajo de tesis doctoral del sociólogo Mario
Roberto Morales, antiguo militante del MRP-Ixim, publicado en 1998 bajo el título de “La articulación
de las diferencias o el síndrome de Maximón: los discursos literarios y políticos del debate interétnico en
Guatemala”, en donde aborda el viejo debate sobre la búsqueda del sujeto revolucionario y plantea con
cierta mirada renovadora que es fundamental no la eliminación de lo indígena o lo ladino, sino el
fomentar estas identidades en el marco de fomentar una identidad de clase subalterna que permita
aglutinar estas diferencias, una propuesta muy parecida a la de Joaquín Noval.
También, los hay quienes entraron en su día al debate y que, con el peso de los procesos
mencionados anteriormente, pasaron a centrar sus intereses en otros temas, como puede ser el caso de
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los sociólogos Carlos Figueroa Ibarra o Edelberto Torres-Rivas
17
. En este sentido, esta fue y es la
tendencia más común en la academia guatemalteca: favorecer otras temáticas consideradas más
importantes, frente a retomar los postulados, hipótesis, encuentros y desencuentros que el “debate étnico”
dejó.
Por otro lado, hay varios intelectuales indígenas, muy importantes en la actualidad, que ya ni
siquiera toman postura dentro del debate, sino que, desde sus voces y sus cosmovisiones, de acuerdo al
grupo étnico al que pertenecen, han planteado el tema del racismo y la identidad y su imbricación con la
clase social desde una mirada renovadora y decolonial. Tales son los casos del antropólogo kaqchikel
Edgar Esquit, la antropóloga k’iche’ Irma Alicia Velásquez, la socióloga k’iche’ Gladys Tzul Tzul, la
antropóloga kaqchikel Aura Cumes o el intelectual kaqchikel Demetrio Cojtí, entre otros.
Como se mencionó, el debate no tuvo un cierre. Aunque la violencia desatada por el Estado y las
necesidades de la clandestinidad y la lucha revolucionaria lo hayan dejado de lado, aun, es muy común
escuchar, en los cursos impartidos en la Universidad de San Carlos de Guatemala o al dialogar con
docentes en sus pasillos, la importancia y la vehemencia con la que el debate se desarrolló en sus años
más álgidos; sin embargo, es más difícil escuchar mencionar algo sobre las conclusiones o los puntos
que el debate en puso sobre la mesa para continuar la discusión. Si bien muchas de las posturas asumidas,
en aquel momento, hoy en día, se encuentran superadas o desfasadas, los puntos centrales del debate se
mantienen y son fundamentales, tanto para comprender los movimientos sociales en Guatemala, como
aspectos fundamentales de su sociedad y las relaciones que se desenvuelven dentro de esta.
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17
Es necesario hacer la, siempre dolorosa, nota cuando se habla de la intelectualidad activa durante los años de la guerra y es que gran parte
de quienes, de una u otra forma, intervinieron en el debate fueron asesinados por el Estado de Guatemala, sus aparatos represivos o sus
grupos paramilitares.
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Nota: el autor, Beltetón Morales, Melvin Arnoldo declara no tener situaciones que representen conflicto de interés
real, potencial o evidente, de carácter académico, financiero, intelectual o con derechos de propiedad intelectual
relacionados con el contenido del ensayo El marxismo guatemalteco: la singularidad de un marxismo
latinoamericano atravesado por el “Debate Étnico”, en relación con su publicación. De igual manera, declara que
el trabajo es original, no ha sido publicado parcial ni totalmente en otro medio de difusión, no se utilizaron ideas,
formulaciones, citas o ilustraciones diversas, extraídas de distintas fuentes, sin mencionar de forma clara y estricta
su origen y sin ser referenciadas debidamente en la bibliografía correspondiente.